Una tarde
cualquiera de finales de enero. Una escapadita no prevista. Un cambio de
tercio, como se dice en los toros. En un plis plas, me planto en la sierra
Calderona, en un rinconcito donde nunca me he encontrado a nadie, un rinconcito
secreto.
El sol, el
monte, las flores, los pinos, el cielo y las nubes, el silencio, el crepúsculo,
la noche, noche de luna casi llena.
Y cuando me
envuelven las sombras, regreso. Ha sido poco tiempo, pero hondo, denso. Parece
como si todo se hubiera reubicado otra vez. Una bocanada de aire limpio, de
paz, de sentido. La belleza absoluta, aquí, cerca de casa. Y en la quietud de
la montaña, la contemplación.
Además,
disfruté aquella tarde de un regalo especial: un espectacular halo solar. ¿Qué
más se puede pedir?
|
Las flores de almendro se recortan contra el cielo azul. |
|
A contraluz son un bonito espectáculo. |
|
Una halo solar, totalmente inesperado me sorprende. |
|
Hace de la tarde algo mágico. |
|
A la belleza del halo, le sigue la apoteosis de color del crepúsculo. |
|
Apoteosis que me gusta disfrutar, en pie, frente al cielo. |
|
Mientras, por el este, la luna aparece por detrás de las montañas. |
|
Y poco a poco se eleva en el cielo, mientras cierra la noche. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario