23 de febrero de 1981. Aquella tarde merendaba chocolate con pastas en casa de mi amigo Ramón. Estaba la radio puesta, y oímos
en directo lo que sucedió en el congreso.
Nos asustamos, claro, pero el susto gordo me lo llevé yo por el hecho de
que, por aquel entonces, estaba haciendo “la mili”, y justamente esos días estaba de
permiso en casa.
Ahora lo recuerdo como si fuera una película, como si
aquello no me hubiera pasado a mí. Pero me pasó.
Yo no quería hacer “la mili”, pero la alternativa
podía ser la cárcel, y ¡claro! la hice. Y además hice “mili” de soldado, como tropas de
intervención inmediata y con golpe de estado. ¡Perfecto! Ahora bien, en honor a
la verdad he de decir, que el trato que recibí tanto de los compañeros como de
los superiores, fue exquisito; y eso ayudó mucho a sobrellevar una “mili”
difícil, con miedo, con acuartelamientos frecuentes, con muchas maniobras,
muchas guardias, atentos siempre a las noticias de la radio, y eso sí, con
memorables salidas a Madrid (estaba en El Goloso) con los compañeros, de las
que guardo grata memoria.
Pero aquella noche, hace ahora 22 años, a estas
horas, veía desde mi casa en Valencia, entrar los carros de combate por el
puente de Ademuz, mientras escuchaba el escalofriante bando del Milans del
Bosch, y veía el horror en la cara de mis padres, que ya sabían lo que era
una guerra... Y ahora, su hijo era un soldado.
Cuando habló el Rey, en aquel breve pero inolvidable
discurso, me acosté, aunque dormí poco y mal, como todos en casa, como en
tantas casas…
Al día siguiente, fuimos a la manifestación por la
democracia y la libertad, como millones de españoles, y acabamos
cenando, felices, en el bar Ricardo.
Ahora, no puedo evitar entristecerme, al recordar aquella
alegría, aquella ilusión por una sociedad nueva y mejor, por una España que ya
no dolía, como decía Unamuno, sino que ilusionaba y lanzaba a un futuro
prometedor, y ver 22 años después, a dónde hemos llegado. Es muy triste.
Pero por mal que lo hayan hecho, que lo han hecho;
por sinvergüenzas que hayan sido, que lo han sido; por no estar a la
altura de las circunstancias, que no han sabido estar; por ganas que tengamos
muchos de hacer justicia por nuestra cuenta, que las tenemos… nunca, nunca el
camino puede ser otra noche como aquella.
También en política, sólo se rompe la cadena del mal,
devolviendo bien por mal. No nos queda otra. Por difícil que sea.
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