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Hoy, 4 de octubre, día de San Francisco de Asís,
quiero compartir un texto suyo tan curioso, como sorprendente y profundo.
El mismo fray Leonardo refirió allí mismo que cierto
día el bienaventurado Francisco, en Santa María, llamó a fray León y le dijo:
«Hermano León, escribe». El cual respondió: «Heme aquí preparado». «Escribe
–dijo– cuál es la verdadera alegría. Viene un mensajero y dice que todos los
maestros de París han ingresado en la Orden. Escribe : No es la verdadera alegría. Y que
también, todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; y que también,
el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: No es la verdadera alegría.
También, que mis frailes se fueron a los infieles y los convirtieron a todos a
la fe; también, que tengo tanta gracia de Dios que sano a los enfermos y hago
muchos milagros: Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría.
Pero ¿cuál es la verdadera alegría?
Vuelvo de Perusa y en una noche profunda llegó acá, y
es el tiempo de un invierno de lodos y tan frío, que se forman canalones del
agua fría congelada en las extremidades de la túnica, y hieren continuamente
las piernas, y mana sangre de tales heridas. Y todo envuelto en lodo y frío y
hielo, llego a la puerta, y, después de haber golpeado y llamado por largo
tiempo, viene el hermano y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: El hermano Francisco.
Y él dice: Vete; no es hora decente de andar de camino; no entrarás. E
insistiendo yo de nuevo, me responde: Vete, tú eres un simple y un ignorante;
ya no vienes con nosotros; nosotros somos tantos y tales, que no te
necesitamos. Y yo de nuevo estoy de pie en la puerta y digo: Por amor de Dios
recogedme esta noche. Y él responde: No lo haré. Vete al lugar de los
Crucíferos y pide allí. Te digo que si hubiere tenido paciencia y no me hubiere
alterado, que en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la
salvación del alma.»
Vale la pena releerlo varias veces e intentar ponerse
en el lugar de San Francisco para entender cabalmente lo que quiere decirnos.
La verdadera alegría, esa que no nos puede quitar nadie, que emana de una fe
profunda, de creer de verdad en Jesús y en su mensaje.
¡Ojalá que, aunque sea un poquito solo, podamos ir
orientando nuestras vidas en esa dirección! La de la verdadera y perfecta
alegría.
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