Escuchando
esta mañana al alcalde de Valencia me ha llamado la atención una de sus
afirmaciones. Valencia está ilusionada con la llegada del Aquarius, decía. He
pensado, eso no es verdad.
En
Valencia hay mucha gente que sí está ilusionada, pero también hay gente que
está más bien preocupada, y desde luego, hay gente cabreada. Y si esto el sr.
Ribó no lo ve, mal. Y si lo ve pero lo ignora y por tanto lo desprecia, peor. Y
no vale decir que el que no esté ilusionado es un xenófobo; sería una simpleza
injusta e insultante.
La
cuestión es que el tema es complejo y peligroso, y no se puede abordar sólo en
clave de derechos humanos y punto. Hay mucha más tela que cortar, y si no se
corta, y a tiempo, pasará aquí lo que está pasando en otros países de Europa, o
en los Estados Unidos. Y creo que más pronto que tarde.
Veo,
detrás de esa ilusión de la que hablaba el sr. Ribó, a mucha buena gente que,
como es natural, serán solidarios mientras esa solidaridad no les pase factura.
¡Cuidado!
Veo
también en esta historia un oportunismo político, a veces muy evidente. Cuando
se dicen hermosas palabras, demasiadas, y se dan argumentos, por simples,
irrebatibles, desde una ética maniquea y simplona, además de políticamente
correcta, me huele a chamusquina, a politiqueo.
Al
Aquarius había que llevarlo a puerto, de acuerdo. Que ese puerto haya sido el
de la ciudad que me vio nacer, me enorgullece. Pero para nada me ilusiona. Me
preocupa, y mucho.
Me
preocupa por las causas que han llevado a toda esa gente a dejar su tierra. Me
preocupa por cómo se ha gestionado la situación. Me preocupa por las consecuencias
de las decisiones que se han tomado. Pero desde luego, a mí no me ilusiona.
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