Hoy ha
sido el primer día de poniente de verano, aunque aún estemos en primavera. Eso
cielo limpio, ese calor seco, ese viento pocas veces suave me han metido el
miedo en el cuerpo, un miedo que no me deja nunca del todo.
Consciente
de que vivimos sobre un barril de pólvora, y de que la máxima autoridad de la
comunidad se atrevió a decir el año pasado, mientras ardían los montes de
Gátova, que el monte no puede ser un jardín, afirmación que le debía haber
costado el puesto, afronto el verano como un infierno que inevitablemente se
nos viene encima y ante el que no tenemos defensa posible.
Y no
lo digo yo. El decano del Colegio de Ingenieros Técnicos Forestales de
Valencia, en unas jornadas celebradas recientemente, dijo bien claro que la
falta de una gestión forestal sostenible aboca a nuestros montes a catástrofes
medioambientales sin precedentes. Arreglar las pistas, hacer depósitos de agua,
limpiar los bordes de los caminos, aumentar el número de bomberos, vehículos,
avionetas y helicópteros, no garantiza nada, y servirá para muy poco en un monte
abandonado a su suerte, intransitable y cargado de combustible.
Si se
dan las condiciones, y en verano se dan con frecuencia, puede haber incendios
imposibles de apagar. Hablamos de miles y miles de hectáreas. Como en junio de
2012, 28.879 hectáreas en Cortes de Pallás y 20.064 en Andilla. En un mes, en
solo dos fuegos, ardieron 48.943 hectáreas. Y se apagaron cuando ya no había
nada que quemar. Hermosos pinares se redujeron a ceniza y troncos calcinados en
unos días.
Advertidas
estaban las autoridades de entonces que no hicieron nada para prevenirlo, que no
pudieron controlarlo, y que siguieron sin hacer nada después. Como las de ahora, que siguen sin hacer nada. Por eso hoy
estamos como estamos. Por eso tengo miedo.
Y
rabia cuando veo a estos señores, que nada están haciendo de verdad por
nuestros montes, celebrando hace unos días el Día Mundial de Medio Ambiente.
Oficialmente preocupados por la reducción de gases, los plásticos del Ártico o las morsas de
Madagascar, olvidan que el Parque Natural de la Serra Calderona, por ejemplo,
es un auténtico polvorín. Y como esto casi todo. Y no es que los gases, el
plástico y las focas no sean importantes, pero comprometen menos.
Y lo
lamentable es que no pueden dar soluciones al problema. No las darán. Víctimas
de su ignorancia, su prepotencia y sus prejuicios; incapaces de consensuar nada
con nadie, seguirán sin hacer nada eficaz y sin dejar que nadie lo haga.
Porque
habría que empezar por cambiar la legislación medioambiental permitiendo la
entrada de empresas privadas que, debidamente controladas por los poderes
públicos, sanearan y mantuvieran limpio el monte. Habría que revitalizar el
mundo rural, garantizando la educación y la sanidad. Habría que incentivar la
agricultura y la ganadería para que el monte fuera rentable. Habría que apoyar
decididamente un turismo rural sostenible y no agresivo…
En
fin. Lo dicho. No lo harán. No pueden. Pero una cosa sí que tengo clara. El
responsable máximo de lo que vaya a pasar este verano será el sr. Puig, el que
piensa que el monte no puede ser un jardín.
¡No lo
será, no! Será un desierto. Con su gestión, sr. Puig, será un desierto.
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