La
fiesta de hoy, Todos los Santos, precedida por una noche que ha acabado siendo
una gigantesca payasada sin pies ni cabeza, puede quedar, de hecho ha quedado,
desdibujada cuando no oculta por la citada payasada. Y es una lástima.
Pero
no hay que rasgarse las vestiduras. A fin de cuentas, el jalobuin de las
narices ha desembarcado entre nosotros porque mueve dinero y es ocasión de
fiesta, de noche de juerga. No hay que buscarle los tres pies al gato. Que es
invasión cultural es evidente, pero como no es el único ni el más importante
elemento invasivo que estamos sufriendo (que se lo digan al lenguaje) no creo
que haya que darle más importancia.
Lo
importante es no olvidar el sentido de lo que celebramos el primer día de
noviembre, porque es muy bonito y muy profundo. Y nada que ver tiene con la
noche anterior.
Y en
este sentido, releyendo lo que publiqué en el blog en pasados primeros de
noviembre, he encontrado este texto que compartí el año 2021 y que vuelvo a
compartir a continuación. No creo poder decir nada distinto a lo que dije hace
dos años.
Lástima
que el triste concepto de fiesta que tenemos nos permita identificar tan
fácilmente la grandeza de un día como hoy, con ese jolgorio confuso y hueco al
que llaman “jalobuin”.
Hoy es
el Día de todos los Santos. Un día de recuerdo y homenaje a todas esas personas
que a lo largo de la historia han sido, con mayúsculas, Buena Gente, y que ya
no están entre nosotros. Gente buena, humilde, discreta, que quizá sin saberlo
ellos mismos, han sido testigos de Jesucristo en su vida, entregándose a los
demás, padres, hijos, hermanos, amigos, compañeros, desconocidos, sin pedirles
nunca nada a cambio, sin esperar nada. Ellos sabrán por qué; por amor, por
respeto, por compasión, por solidaridad…, porque era lo que pensaban que había
que hacer… ¡Quién sabe!
Seguro
que conocéis a más de una de esas personas. Y si no, probablemente será porque
no tenéis los ojos bien abiertos, o quizá porque estén llenos de telarañas o
calabacitas siniestras…
Es esta
una fiesta de reconocimiento y gratitud que la Iglesia tuvo clara desde hace
muchos siglos. Un día para recordar a tantos santos anónimos, santos cuyo
anonimato es precisamente una de las pruebas de su santidad.
También
es una fiesta de justicia. De reconocer que no fuimos capaces de ver que ellos,
mientras estuvieron entre nosotros, fueron hombres y mujeres de Dios. Y justo
es que lo reconozcamos.
Y es
también una fiesta de vida, porque nuestro justo reconocimiento y gratitud no
es a personas que están en nuestra memoria y nuestro corazón, que también, no
es a seres que fueron y no son; es a hombres y mujeres que viven en plenitud y
para siempre junto al Padre, en ese Cielo nuevo y esa Tierra nueva donde ya no
hay ni muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor.
Un
Cielo nuevo y una Tierra nueva, que ellos, quizá sin saberlo, cuando estuvieron
entre nosotros, hicieron de algún modo presente con su vida entregada,
sencilla, humilde, callada y discreta pero, quizá por eso mismo, llena de Dios.
Esto
es el Día de Todos los Santos. Una fiesta de justo reconocimiento, de gratitud
y de vida. Que la tremenda superficialidad de la sociedad en la que vivimos no
nos lo oculte.
Y si
tenéis la dicha de haber conocido a alguno de esos santos, pensad en él, en
ella, y dedicadle una sonrisa, al menos una sonrisa. No es polvo de estrellas,
es una persona que os quiso y os sigue queriendo.
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