Cruz en el Santuario de la Virgen del Remedio. Chelva. Valencia. |
En la siesta de julio, ascua violenta y ciega,
prendió el horno las
ropas de la niña. La arena
quemaba cual con
fiebre; dolían las cigarras;
el cielo era igual que
de plata calcinada.
...Con la tarde, volvió - ¡anda potro! - la madre.
El pinar se reía. El cielo
era de esmalte
violeta. La brisa
renovaba la vida...
La niña, rosa y negra, moría en carne viva.
Todo le lastimaba. El
roce de los besos,
el roce de los ojos, el
aire alegre y bello:
-"Mare, me jeché arena zobre la quemaúra.
Te yamé, te yamé dejde
er camino...! Nunca
ejtubo ejto tan zolo!
Laj yama me comían,
mare, y yo te yamaba, y
tú nunca benía!"
Por el camino -¡largo!-, sobre el potrillo rojo,
murió la niña.
Abiertos, espantados, sus ojos
eran como raíces secas
de las estrellas.
La brisa jugueteaba, ensombrecida y
fresca.
Corría el agua por el
lado del camino.
Ondulaba la yerba.
Trotaban los pollinos,
oyendo ya los gritos de
los niños del pueblo...
Dios estaba bañándose en su azul de
luceros.
Juan Ramón Jiménez
¿Qué os ha parecido?
Increíble la capacidad descriptiva, la claridad de expresión, la emotividad
contenida, la rotunda belleza del texto... Pero ¿sólo eso? Leed el último verso, leedlo otra vez...
pensadlo.
¿No veis qué tremenda ironía hay en el verbo bañarse?, ¿no sentís cómo se eleva rabiosa, en radical impotencia, la palabra azul? Es brutal el contraste entre el plácido atardecer, la brisa fresca, el agua, la hierba ondulante, y la niña quemada viva, cuyos ojos espantados parecían “raíces secas de las estrellas”.
¿No veis qué tremenda ironía hay en el verbo bañarse?, ¿no sentís cómo se eleva rabiosa, en radical impotencia, la palabra azul? Es brutal el contraste entre el plácido atardecer, la brisa fresca, el agua, la hierba ondulante, y la niña quemada viva, cuyos ojos espantados parecían “raíces secas de las estrellas”.
Y mientras, Dios estaba
bañándose en su azul de luceros…
En este poema, Juan
Ramón Jiménez se rebela ante el silencio de Dios, ante la pasividad de Dios que
deja morir a “la niña, rosa y negra”, “en carne viva”...
¿Quién no ha sentido
esto, que aquí siente el poeta, alguna vez? ¿Quién no se ha preguntado por qué
Dios tantas veces calla?
Es cierto que no
entendemos, y nos rebelamos ante el dolor incomprensible del accidente, la
enfermedad, la catástrofe natural. ¿Dios sigue bañándose en su azul de
luceros…?
Pero ese otro dolor que
provocamos nosotros…El que lleva a una niña a trabajar de carbonera en vez de
estar en la escuela. Ese dolor sí está en nuestras manos.
Y ante ese dolor no
vale decir, el mundo es así. Digamos, nosotros lo hemos hecho así y, cara a un
espejo, yo lo he hecho así, yo lo sigo haciendo así cada vez que pongo mi
propio y exclusivo bienestar como el principio único y absoluto que mueve mi
vida. Y
en esto si que no podemos decir que Dios
calla. Él habla, alto y claro. Somos nosotros los que no escuchamos. Es mucho
más cómodo hablar del silencio de Dios, que de todos los esfuerzos que hemos
hecho, y seguimos haciendo, para reducir Su Palabra a graznidos irritantes, o a
murmullos soporíferos envueltos en vaporosos fastos y oropeles.
No
dirijamos toda la rabia que estalla en el poema contra Dios. Dirijámosla contra
la mentira, contra la manipulación, contra la injusticia, contra el mal…Eso
es obra sólo nuestra. Del
otro dolor, del que está más allá de nuestra inmensa capacidad de hacer daño,
no digo nada. Es para mí un misterio, ante el que me pregunto cada vez que me hiere, con las
bellísimas palabras de Juan Ramón Jiménez ¿estará Dios bañándose en su azul de
luceros…?
Hola de nuevo Jesús , parece que ya he conseguido publicar comentarios en tus entradas, gracias a tus precisisimas instrucciones. Pasando al tema que nos ocupa en la entrada y en lo que a nosotros respecta, creo que se podría reducir a CULTURA Y AMOR y esto cada vez está menos de moda..... Los desequilibrios a nivel internacional están aumentando y cada vez hay más carboneras en el mundo. Saludos
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