Todos sabemos que
vivimos en una democracia constitucional, y que eso es lo mejor, y que
cualquier atentado contra ella, la democracia, es poco menos que un sacrilegio,
y que hay de aquel que dice no ser demócrata, y que hemos de seguir avanzando
en esa dirección y que hasta las gallinas o los patos, si fuesen inteligentes,
deberían votar democráticamente cuántos huevos deben poner esa semana, para
evitar que el granjero, acabe explotándolos antidemocráticamente.
También sabemos que en
la democracia sale el sol para todos, incluso para los que no respetan esa
misma democracia, y que la democracia sólo puede responder democráticamente a cualquier
ataque antidemocrático porque, si no, se niega a si misma y, claro, eso no
puede ser. Sabemos, aunque nos cueste encajarlo, que debe ser tratado
democráticamente, quien antidemocráticamente se quita de encima de un tiro, o
un real decreto, a quien no es de su comandilla, y sabemos también que, en
democracia, deben respetarse los derechos humanos de quien no respeta derechos,
ni humanos, ni divinos ni perrunos.
Si, así es la democracia.
Y está bien que lo sea.
Y es que, la tan
idolatrada, encumbrada, admirada, cacareada democracia, siendo la mejor de las
formas conocidas de gobierno, repito, la mejor, no es perfecta, y me atrevo a
decir que es hasta peligrosa, si no se dan unas condiciones sociales mínimas;
engañosa, si no se cumplen unos requisitos previos. Y lo grave es que no hay
otra alternativa.
Y ¿por qué estoy
teniendo estos “peligrosos” pensamientos? Pues muy sencillo. Porque miro, veo,
y observo a mi alrededor, y después de contemplar atónito determinados
comportamientos y actitudes de mis conciudadanos, me viene a la cabeza esta pregunta
políticamente muy incorrecta:
¿Y este (individuo)
tiene derecho a voto?¿cómo es posible?
Pues sí, lo tiene. Y
debe tenerlo. Pasó la época del sufragio restringido, está muy lejos la Grecia Clásica , con
su peculiar democracia. Ahora votamos todos, los mayores de edad, claro.
Y por este mismo
derecho tan arduamente conseguido y al que no podemos ni debemos renunciar, es
fundamental que la mayoría de los que votan tengan una capacidad crítica y una
autonomía intelectual que garantice un voto responsable y de verdad libre. Y
será prioridad absoluta de cualquier gobierno, trabajar para que el nivel
cultural y educativo de sus ciudadanos, les permita emitir el voto de este modo,
aunque luego no les voten.
Y esto se ha de iniciar
en la familia y en la escuela. Por eso una familia madura, acogedora y
coherente y un buen sistema educativo, (no el que tenemos) serán garantía de un
sistema democrático recio, que permita el adecuado bienestar social,
protegiendo a los ciudadanos de espabilados, cantamañanas y violentos.
A menudo, anteponemos
democracia a fascismo. Yo no creo que en la práctica se excluyan mutuamente. En
la medida en que una sociedad no esté a la altura, no cumpla unos requisitos mínimos,
la democracia se irá trasformando en la forma más temible de fascismo: el que
va vestido de demócrata de toda la vida. Y el voto de la mayoría, cuando surge
de la incultura, los prejuicios, la memez, lo puramente emocional, se convierte
en vara de tirano, que golpea hasta hacer sangrar las mismas raíces de la
democracia, poniéndola en entredicho, haciendo añorar a muchos ciudadanos de a
pie tiempos pasados, que ya están bien donde están: en la historia.
En fin, que para
asegurarnos la viabilidad de nuestra democracia, para saber que en el futuro
viviremos con dignidad en ella, seamos mayoría o minoría, va a ser
imprescindible tener un nivel cultural progresivamente más elevado, una cada
vez mayor capacidad de crítica, una voluntad de dialogo, un sentido del deber y
una honestidad que sólo pueden surgir
como fruto de un proceso educativo integral, en el que familia, escuela y
sociedad, con plena conciencia de su responsabilidad, colaboren en la formación
de todos y cada uno de esos ciudadanos pequeñitos que acunarán nuestra vejez.
Y esto habrá que
hacerlo desde el pueblo. No lo facilitará, ni mucho menos lo hará la clase política.
Vamos en dirección contraria y cada vez más deprisa
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