Lago helado de Marboré. Balcón de Pineta. |
Norte del Monte Perdido desde las proximidades del lago. |
Monte Perdido y Cilindro desde la cresta de los Astazus. |
Norte del Marboré desde los Astazus. Lugar del accidente. |
Cruz de Pineta donde en el verano siguiente celebramos la Eucaristía en memoria de Sergio y Javi. |
Hoy hace 16 años fue rescatado de la montaña el cuerpo sin vida de Sergio, que falleció con su amigo Javi, el 12 de octubre de 1996 en el Balcón de Pineta, a la sombra del Monte Perdido, cuando les sorprendió a más de 3000 metros de altitud una potente borrasca otoñal.
Pocos días después de estos dramáticos acontecimientos, publiqué en la revista del colegio del que era y soy profesor y del que Sergio había sido alumno, la siguiente reflexión.
Sirva hoy, día de Todos los Santos, como recuerdo y homenaje a Sergio y a Javi, con la esperanza de que ya disfruten para siempre de la luz que andaban buscando.
A la pregunta de por qué ha
sucedido algo así hay una respuesta tan inmediata como superficial e injusta:
“porque estaban jugándose el tipo donde no tocaba”,”vetges tú, ¿qué feien allá
dalt?”,”eixos están locos” !Cuántas veces se habrán oído comentarios así, estos
días, por el pueblo!,¿verdad?
Yo tengo otra respuesta: Sergio y
Javi estaban viviendo, viviendo sí, con mayúsculas; tragándose la vida a
grandes sorbos, gozando del hecho simple y llano de existir, entregando lo
mejor de ellos mismos en un juego duro, austero, magnífico, un juego que les
llevaba cada vez que lo practicaban, desde que lo descubrieron, a esa increíble
fiesta de encuentros que nos proporciona la montaña en serio (la que hacían
ellos), no el turismo o el esquí de pista: el encuentro con uno mismo, con el
otro, con la naturaleza, y en definitiva, para quien es creyente, y ellos lo
eran, con Dios.
Y esto no son palabras bonitas
seleccionadas para el momento. Es una de las razones, quizá la más importante,
que impulsa, que nos impulsa a muchos a ir “a jugarnos el tipo”. Es el ansia,
el deseo de vivir a fondo y en serio, de no huir de nada ni de nadie, de
experimentar el gozo de estar desde la
propia individualidad, asumida con sus capacidades y limitaciones, con el otro,
integrándonos juntos, en algo que superándonos en su absoluta belleza y
grandeza, nos lanza más allá todavía, más allá. Y entonces hay
quienes, desde esta grandeza, desde esta belleza, envueltas en
silencio y soledad, fácilmente pueden llegar a la oración.
El accidente es un riesgo, una
posibilidad siempre presente, pero... ¿sólo en la montaña? Seamos objetivos.
Muchos de nuestros jóvenes se juegan, y ahí sí, estúpidamente, la vida, todos
los fines de semana, al volante. Y justo al contrario de como “se la estaban
jugando” Sergio y Javi, evadiéndose, huyendo de sí mismos, pasando el tiempo de
la forma más normal del mundo... y más vacía. Pero claro, esto lo tenemos
asumido, es inevitable. Las cifras cantan todos los fines de semana y las
estadísticas les apuntan inequívocamente. Pero cuando alcancen la edad tendrán
coche, o moto, se irán de fiesta, volverán a las cinco, a las seis, al
amanecer, habrán perdido el tiempo y nadie se rasgará las vestiduras.
Yo soy creyente y montañero, y
por este orden; luego viene todo lo demás, y desde mi fe no puedo menos que
entender la muerte de Sergio y Javi, allá en el Marboré, a 3000 metros , en el
límite de la tierra de los hombres, como una forma, incomprensiblemente bella y
durísima a la vez, de colmar plenamente de sentido sus vidas, ya eternamente
jóvenes.
Su última ascensión no tuvo
regreso al valle; dieron el salto a la plenitud, y ese juego de encuentros al
que antes aludía se consumó, haciendo de sus vidas una obra de arte perfecta.
La montaña les indicaba, les señalaba algo que había por arriba de las nubes, más allá
del cielo, algo que intuimos en un crepúsculo lejano... ellos ya lo han
encontrado.
Y los que nos quedamos tristes,
heridos, somos nosotros; y nuestra tristeza, y el dolor de nuestra herida no
menguarán si no descubrimos que sus vidas han tenido pleno sentido y que ha
sido su propia y temprana muerte la que ha acabado de darles ese sentido.
Quizá ahora alguien entienda
por qué vamos a la montaña, por qué volveremos a la montaña. Quizá alguien
entienda que la encontraremos, incluso más entrañable, y su silencio más
íntimo, porque sabemos que, como dice un conocido alpinista “su espíritu vela
por nosotros en los altos espacios desnudos de la altitud que les eran
familiares”.
Y quizá ahora, pueda haber
quien entienda también aquello que dijo un buen amigo mío, allá en Pineta,
cuando ya sabíamos que no había esperanza alguna de encontrarlos vivos: “he
visto hoy, al Monte Perdido, más hermoso que nunca”.
Jesús, muy buena entrada. Creo que estas palabras tuyas pueden ayudar a muchoss a encontrarse con Dios y a saber que la vida, y toda vida, tiene sentido.
ResponderEliminarLa llamada no es de la inconsciencia ni de la búsqueda de riesgo porque sí. La llamada es de la Naturaleza, del Creador,de Dios.Una oración por ellos y por todos los que se han dejado la vida en la montaña.
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