Estudiando hoy, con mis alumnos, El Quijote, hablábamos del sentido profundo del libro. Veíamos cómo
don Quijote era valiente, honrado, generoso, hombre de palabra y de honor,
comprometido hasta las cachas con la libertad y la justicia, con la defensa de
los débiles… Sancho, en cambio, no siendo para nada mala persona, era comodón,
buscaba su propia seguridad y si podía sacar provecho personal de algo, pues lo
hacía sin remilgos. Eso sí, era fiel a su señor y tenía lo que llamamos sentido
común.
Don Quijote era un idealista, pero estaba loco;
Sancho, mucho más realista, estaba cuerdo. Y ahí está la paradoja. Es de locos
ser Quijote, seamos pues como Sancho.
Pero cuando en su lecho de muerte don Quijote, habiendo ya recobrado el juicio, le pide perdón a Sancho, éste llorando le dice, “no se muera vuestra
merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años”. Sancho ha caído
rendido ante la grandeza de la figura de don Quijote.
Y es que, les digo, todos somos Quijote y Sancho a la
vez. Unos más Sancho, otros más Quijote. Y ante cada situación que nos plantea
la vida, respondemos como uno o como otro.
Lo que sucede es que responder como Quijote, a menudo
es de locos, tiene consecuencias, cuanto menos, incómodas. O peor, peligrosas.
Y entonces, ¡clic! conexión con la realidad. La
literatura iluminando la vida. Dice un alumno, “estos señores que han matado en
Paris, eran como don Quijote, ¿no?” ¡Qué momento de placer para un “profe” de
literatura! “Sí, eran como don Quijote. Estaban avisados, les habían amenazado,
pero fueron valientes, plantaron cara al miedo por la libertad, y les ha
costado la vida”.
Había silencio en la clase, un silencio especial.
Dice otro, “pues yo no lo hubiera hecho, si me avisan que me van a matar no lo
hago, no hago esos dibujos”. Y le digo, “tú estás pensando ahora como Sancho,
¿lo ves? Pero fijaos, si todos pensáramos y actuáramos así, ¿qué sería de
nuestra libertad, de nuestra identidad, de nosotros mismos?”
Seguía el silencio, pensaban. Otro me pregunta, “¿y
tú, qué habrías hecho?” Y el profesor, en esos momentos maestro, ha de
contestar, y ha de ser honesto en la respuesta. Digo, “yo sé lo que me gustaría
hacer, plantarle cara al miedo, responder como don Quijote, pero no sé si sería
valiente para hacerlo”.
Sí, es muy grande y muy honda la figura de don
Quijote. ¡Que sería de nosotros, del mundo, si no fuera por los Quijotes que a
lo largo de la historia han picado espuelas, y lanza en ristre han arremetido
contra gigantes y en desigual batalla, han acabado por los suelos…!
¿Pero de verdad han acabado por los suelos? Y leemos
para acabar el epitafio que le dedica Sansón Carrasco.
Yace
aquí el Hidalgo fuerte
que
a tanto extremo llegó
de
valiente, que se advierte
que
la muerte no triunfó
de
su vida con su muerte.
Tuvo
a todo el mundo en poco;
fue
el espantajo y el coco
del
mundo, en tal coyuntura,
que
acreditó su ventura
morir
cuerdo y vivir loco.
Hoy
me quedo con eso de “que la muerte no triunfó de su vida con su muerte”.
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