Hace ya muchos años, cuando yo era joven, aún no
había hecho la “mili”, trabajé en un colegio público en Valencia de “profe” de
religión, en lo que era la
EGB. Recuerdo aquel tiempo con cariño.
Uno de los compañeros que tenía, con el que me llevé
muy bien desde el principio, era el profesor de matemáticas, un señor ya de
cierta edad, miembro del, recién legalizado, Partido Comunista.
A nadie escapaba, y más en aquellos tiempos, lo
curioso de la amistad entre el joven “profe” de “reli” enviado por el Arzobispado
y el ya mayor “profe” de “mates”, comunista convencido y militante activo de un
partido recién salido de la clandestinidad y que tantas ilusiones y también
recelos despertaba, a partes iguales, en la sociedad de la transición.
¿Y sabéis quién permitió el encuentro entre nosotros?
Santa Teresa de Jesús. Salía un día yo de clase y había dejado un texto
inacabado de la santa castellana en la pizarra. Recuerdo que, desde la puerta,
leyó con gran respeto lo que había escrito y lo acabó. Se lo sabía de memoria.
Y es que le gustaba la literatura, sabía un montón, y
entre sus escritores preferidos estaba, precisamente, Santa Teresa. Y ahí nos
encontramos. Y durante aquel curso fuimos compartiendo vivencias, experiencias,
momentos…
Al final del viaje de fin de curso de 8º a los
Pirineos, (no fue cosa mía) nos despedimos. Yo me iba pronto a la “mili” y a él
no le faltaba mucho para jubilarse. Sabía que la vida nos alejaba, de hecho no
volví a verle, pero en los meses que caminamos juntos, descubrimos que era mucho
más lo que nos unía que lo que nos separaba, y cultivamos lo que teníamos en
común, la literatura y la educación, sin tener por qué renunciar ninguno a
nuestras convicciones.
Aquellos tiempos me marcaron. Por eso, cuando leí
hace unos días, en el periódico, la lucha de un abogado, secundado por un grupo
de “libertadores”, por retirar una cruz situada en la cima de la Muela de Orihuela, me da
toda la pena del mundo. Y miedo.
Es muy triste y muy lamentable que haya todavía gente
incapaz de asumir y superar la historia. Incapaz de aceptar que nuestra cultura
tiene, lengua incluida, innumerables elementos religiosos que a nadie privan de
su libertad de creer o no creer y que además la enriquecen y la conforman.
Gente incapaz de buscar lo que nos une y cuidarlo, en vez de buscar las
grietas, que las hay, para agrandarlas.
Es curioso, cómo Francia, país laico donde los haya,
está sembrada de cruces, vírgenes y santos. Son parte de su historia y su
cultura. Y nadie se siente agredido por ello. Aquí, en cambio, estamos
asistiendo a una triste y absurda retirada de cruces de muchas montañas.
En este año de elecciones, ¡qué miedo me da esa
sombra de Caín que sigue proyectándose sobre nuestra tierra! ¡Qué miedo me dan
las simplificaciones maniqueístas que facilitan la manipulación y avivan el
enfrentamiento!
Aquel “profe de mates” estaba muy por encima de la
miopía histórica de los que quieren arrancar de nuestra cultura enraizada tanto en
Grecia y Roma como en el cristianismo, cualquier vestigio de lo religioso. Aquel
“profe de mates”, que disfrutaba con Santa Teresa, desde su ateísmo, porque así
se declaraba, y su compromiso político y social, había asumido y superado la
historia. Creaba futuro.
Hoy, casi 40 años después, demasiada gente sigue
anclada al rencor, siguen sin ser capaces de ver en una cruz en lo alto de un
monte, eso, no más que una cruz, la pusiera quien la pusiera. Una forma
antiquísima, arraigada en la tradición, para muchos bonita, de marcar el final
de un camino.
Esta tarde, ¡qué hermosa estaba la cruz del Oronet, recogiendo
en ella las últimas luces del día y brillando en medio de la oscuridad de la
montaña!
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