Hola, soy un pino, me llamo Tobías. Tengo casi 50
años y desde aquí he visto muchas cosas que os podría contar, pero pronto voy a
dejar de verlas, pronto se apagará mi voz y ya no podré hacerlo. Me estoy
muriendo. A mi alrededor ya todos han muerto.
Nací de una semilla de mi mamá, un bonito pino que se
llamaba Silvinia y que murió en un incendio cuando yo tenía 32 años. Yo me
salvé de milagro, aunque pasé un tiempo difícil, medio chamuscado, pero pude
recuperarme. Ella no, ni muchos de mis amigos. Ella se quemó del todo.
A lo largo de toda mi vida, he visto como cambiabais.
Como cambiabais vuestra forma de vestiros, vuestra forma de hablar. He visto
cómo cambiabais vuestra forma de tratarnos, incluso de mirarnos. Y ahora,
aunque venís más, me parece que os damos bastante igual. Pocos me miráis. La
mayoría, no todos, vais corriendo, o con artilugios mecánicos, con prisas,
charrando, a veces gritando y miráis poco o nada. No sé qué os pasa.
He vivido días de frío y calor, de nieve y agua, de
viento y calma. Y, desde aquí arriba, he ido viendo el paso de las estaciones.
Y he soñado con seguir viviéndolo durante muchos años más y morir de puro viejo, y
quedarme aquí, muerto pero de pie, como dice Alejandro Casona, mucho tiempo más, como hacemos los árboles cuando nos dejáis...
Pero no va a ser así. Vosotros me habéis abandonado, nos habéis abandonado.
No sé si porque creéis que no nos hacéis falta, o porque ya pasáis de nosotros.
No lo sé.
Pero nosotros os necesitábamos, os necesitamos,
porque esto no es la selva. Habéis roto el equilibrio ecológico, habéis
reventado nuestra casa y la vuestra. Estáis cambiando el clima. Cada vez llueve
menos y hace más calor. Nos cuesta adaptarnos. Los matorrales crecen sin
control y, sobre todo en los veranos, el miedo al fuego no nos deja descansar. Y
las plagas nos hacen mucho daño porque habéis acabado con los bichos que las
controlaban, y vosotros..., vosotros no controláis nada.
Sí, os necesitamos. Y ahora más que nunca. No os dais
cuenta pero nuestro mundo se acaba. Pero sé que no nos vais a ayudar. Estos últimos
años han sido terribles. Hace mucho tiempo que llueve muy poco. Hemos pasado
mucha sed, mucho miedo al fuego, a esos gusanos que nos comen las agujas y nos
asfixian poco a poco, pero hemos aguantado amarrándonos a la tierra reseca y
mirando al cielo, esperando el agua que no llega.
Los pájaros nos han hablado de grandes desastres, de
millones de hermanos quemados muy cerca de aquí. He visto muchas veces el humo
y el fuego, acordándome de mi mamá y de los amigos que perdí. Pero también a esto hemos resistido.
Ahora ya no. Ya sé que no. Yo creí que mi final
sería el fuego, pero no. Ese escarabajo que llamáis tomicus nos está matando a todos; en silencio, nos está matando a todos. Desde aquí veo a muchos que ya
han caído. A mi alrededor ya han muerto casi todos. Yo ya me estoy muriendo. Un día
de estos ya seré madera muerta. No veré la primavera. Y lo más triste es que
vosotros sabíais que pasaría. Habéis visto cómo empezó y cómo nos va matando
uno a uno, y no habéis hecho nada. No estáis haciendo nada.
El otro día vi a uno de vosotros que pasa bastante
por aquí. Yo me acuerdo de todos los que pasáis y me miráis. Se paró y me miró, como
siempre, a veces me hace fotos, y miró a mis compañeros ya muertos. Se me
acercó, me acarició el tronco, miró mi copa aún algo verde, como diría Juan
Ramón Jiménez, “toda pintada de cenit azul”. Sentí su mano en mí, vi sus ojos y supe
que estaba muy triste, que tenía mucha rabia, que se sentía muy impotente. Supe
que era de los míos. Supe que no me olvidaría.
Y pensé que cuando yo ya esté muerto, seco, y contemple mis ramas desnudas contra el cielo, se acercará a acariciar mi tronco, como
cuando vivía, y recordará mi copa verde. Y así, al menos viviré en su recuerdo.
Porque esto va a pasar. Esto está pasando. Por estas tierras en las que nací, en las que he vivido, a las que he amado y amo, los bosques, lo verde, la vida, acabarán viviendo en el recuerdo, sólo en el
recuerdo…
¡Qué pena me dais!
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