Desde que hace ya muchísimos años empecé a enterarme
de qué va esto de la política, me resultaba, cuanto menos curioso, la alegría
que tenía el personal cuando tras ganar unas elecciones accedía al poder. Y
siempre eso me hizo pensar. Y estos días, estoy pensando mucho en este asunto. Bueno,
siempre que ha habido elecciones lo he pensado. Desde que vivo en democracia.
Si el poder político sólo encuentra su justificación
en el servicio al pueblo y el servicio al pueblo, como cualquier servicio a los
demás es duro, exigente, a menudo ingrato y supone demasiadas veces la negación
de uno mismo, ¿a santo de qué tantas alegrías, tantos besos y abrazos como
estamos viendo estos días?
¿Será el poder realizar ese servicio al pueblo lo que
tanto alegra a muchos de nuestros políticos? Enternecedor. ¡Qué altruismo, que
generosidad, qué categoría humana…! ¡Qué contentos estamos de poder serviros!,
pensarán.
Y sin duda hay quien habrá accedido al poder con
auténtica vocación de servicio, y eso satisface, ¡claro que satisface!, y si
además se sabe respaldado por una amplia mayoría de sus ciudadanos, la
satisfacción personal será más grande todavía. Gente de ésta hay, por supuesto.
Y tienen motivo para sonreír, abrazarse, besarse, irse de cenota y dormir bien
a gusto.
Pero ¿qué significa la alegría de aquellos que se
saben respaldados sólo por una minoría y acceden al poder por componendas y
cambalaches postelectorales? Quiero suponer que habrá en ellos vocación de
servicio y que al poder por fin servir al pueblo se sienten muy felices. Debe
ser la causa de tanta alegría.
Porque la alegría que no emane de poder servir,
porque es mi vocación, y de saberse con la confianza de la gente, tiene oscuras
y ponzoñosas raíces. La vanidad, el orgullo, el revanchismo, la venganza, la intolerancia,
la erótica del poder, el ansia de dinero…en suma, la trinidad que adoramos en
el mundo: el dinero, el poder y el prestigio.
¿Y qué que queréis que os diga? Muchos de los nuevos alcaldes
no pueden estar contentos porque tengan una mayoría de vecinos tras ellos,
porque no la tienen. Sólo les queda una causa confesable de alegría, el poder
servir porque es su vocación. Sólo ésa es legítima.
¿Y sólo por eso están tan contentos? ¿De dónde viene
tanta alegría?
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