Era una tumba diferente. Una losa con un nombre y la Estrella de David. Una joven visitaba el cementerio por aquel entonces, con frecuencia, a causa de la muerte
temprana de un hermano, y reparó en ella.
Interesada por la historia que se escondía tras aquel
nombre y aquella estrella, preguntó al enterrador quien le contó que Abraham
Telerman era un hombre que, tras haber sufrido la persecución nazi en su Alemania natal, incluso quizá, el horror de un campo de concentración, había acabado viviendo
solo en Villamarchante.
Un día se suicidó tirándose al río desde el puente del vecino pueblo. Su cuerpo, arrastrado por las aguas, fue encontrado en el término de Ribarroja y como a nadie tenía y
nadie lo reclamó en Ribarroja fue enterrado.
A partir de entonces, la joven cuidó la sepultura, limpiándola
y llevándole flores con cierta asiduidad hasta que, tras varios años, en una de
las visitas vio que ya no estaba. Preguntó entonces qué había pasado y el
enterrador le dijo que había venido su familia y habían trasladado sus restos a
Jerusalén.
Le contó también que les sorprendió el buen estado de
la sepultura que esperaban abandonada al olvido, por lo que les explicó que
había en el pueblo alguien que durante todos estos años se había ocupado de
ello.
Mucho les hubiera gustado agradecérselo en persona, pero su viaje fue rápido y con el único propósito de llevar los restos de aquel hombre a donde todo judío desearía descansar al final de sus días, a Jerusalén.
Mucho les hubiera gustado agradecérselo en persona, pero su viaje fue rápido y con el único propósito de llevar los restos de aquel hombre a donde todo judío desearía descansar al final de sus días, a Jerusalén.
Terribles fueron los acontecimientos que llevaron a
Abraham a acabar quitándose la vida tan lejos de su tierra, en la más absoluta
soledad. Hermoso el gesto de aquella joven que le llevaba flores. Emotivo el
acto de su familia, tal vez hijos o nietos, que le hicieron el mayor regalo que
podían hacerle, muchos años después de su muerte.
Desde que escuché esta historia, me gustó. Tiene algo que nunca he sabido calificar, pero que de algún modo me hizo sentir bien, en paz. Es como
ver un brote de vida en medio de un secarral, un rayo de luz en la oscuridad.
Descanse en paz, Abraham Telerman, allá en Jerusalén.
Descanse en paz, Abraham Telerman, allá en Jerusalén.
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