¿Qué fue de la vida en el Km. 26? |
"Dado en Roma, junto a San Pedro, el 24 de mayo,
solemnidad de Pentecostés, del año 2015, tercero de mi Pontificado"
Así acaba la encíclica del papa Francisco, publicada el 18 de junio, sobre el
medio ambiente. Un paso de gigante, necesario, urgente, en el camino de
garantizar el futuro de la humanidad. La protección de la naturaleza no es
cuestión de ecologistas alternativos, ni de románticos trasnochados. Es
cuestión de todos los que habitamos el planeta, y el Papa, con esta encíclica,
une su esfuerzo al de todos los que se han dado cuenta de la urgencia de la
situación y actúan desde sus posibilidades, por humildes que sean. Nos va la vida en ello.
No he tenido aún tiempo de leerme el documento. Lo
haré y escribiré sobre él. Pero quiero darle ya la bienvenida y hacerme eco de
su publicación, compartiendo unas reflexiones basadas en un documento que, el
teólogo Peio Sánchez Rodríguez ha escrito como prólogo a esta atípica pero
importante encíclica, para poderla entender cabalmente y calibrar su auténtico
alcance.
I
Empecemos por entender que desde el punto de vista
bíblico, Dios ofrece la tierra acabada al hombre, como su morada. Es un
préstamo, no una venta. La tierra, la naturaleza, no es nuestra. Sólo la
administramos. La fe nos exige cuidar lo que nos ha sido prestado gratuitamente
por el mismísimo Creador.
II
Y la conciencia de esto nos debe llevar al
agradecimiento que nos impulsa a la contemplación gozosa de la naturaleza, de
su belleza, de su grandeza, de su perfección. Contemplación de la que emana un
profundo respeto incompatible con el saqueo y la explotación.
III
Porque este saqueo y esta explotación conducen
inexorablemente a la ruptura de un equilibrio natural con consecuencias
devastadoras para todos, pero en primer lugar para los más pobres, que como
siempre serán los primeros en sufrir estas consecuencias. Ya está pasando.
IV
Además tenemos también la grave obligación moral de
dejar la naturaleza a las generaciones
venideras, al menos como la hemos recibido, y mejorada si es posible. La
defensa de la vida nos exige dejar un mundo habitable a los no nacidos. Es de una
terrible incoherencia y un egoísmo atroz, defender la vida de los que vivimos
en el presente abocando a la muerte a los que lo harán el futuro.
V
Por todo esto, cualquier atentado del tipo que sea
contra el medio ambiente, contra la naturaleza, le abre, de un modo u otro,
paso a la muerte, y eso es pecado, y un pecado grave, muy grave, porque atenta
contra todas las criaturas, el hombre incluido y ofende a Dios, que es el Dios
de la vida, que es la Vida.
VI
Es una consecuencia directa de este pecado
estructural y personal el calentamiento global. En el Génesis, cuando Dios crea
al hombre, le pone unos límites, cuya transgresión traerá el pecado y la
muerte. El hombre, hecho libre, en su relación con la tierra, ha transgredido
unos límites, y la ciencia nos lo viene advirtiendo. Las consecuencias son “la
expulsión del Paraíso”. Quizá en nombre del progreso, estemos abocándonos a un
desastre sin precedentes.
VII
Pero el hombre puede, debe, frenar este proceso. Es
necesaria una ética que penetre en el ámbito político desde donde deben tomarse
medidas reales y eficaces. Y será necesaria también una conciencia social que
fuerce a los estamentos políticos a tomar esas medidas que han de reconciliar
al hombre con la naturaleza herida, con la tierra amenazada, con la creación
saqueada
Todo esto del medio ambiente no es cuestión baladí.
Como he dicho al principio, no es sólo cosa de románticos o ecologistas, no. Es
un asunto de supervivencia para toda la humanidad. Además es, para los creyentes
una exigencia moral, cumplir la voluntad de Dios Creador, del Dios de la Vida.
Porque no olvidemos una cosa, Dios perdona siempre,
el hombre a veces, la naturaleza nunca. Y por el camino que vamos, arruinando
la obra de Dios, pues somos libres para hacerlo, nos arruinaremos a nosotros
mismos.
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