Hay
que reconocer que la televisión tiene inevitablemente una fuerte dosis de
perversión desde el momento en que convierte todo en un espectáculo cuyo
criterio último es la cota de audiencia. Esto es un hecho.
Verdad es que la tele también tiene su lado positivo. Ciertos informativos, no todos, los
partes meteorológicos, muchos documentales, el buen cine…Pero junto a esto y
bien mezclado, con apariencia de un todo, hay una ingente cantidad de basura. Y
es necesario tener criterio, y “otras cosas que hacer” para apagarla cuando
toca y no acabar engullidos.
Por
eso tengo muy claro que la televisión, por pura ética, hay terrenos en los que
no debería entrar, pues el riesgo de hacer mucho, muchísimo daño es
inaceptable. Pero claro, si ven un filón de sustanciosa audiencia, que es
dinero, como buitres sobre un cadáver, ahí van a dejarse caer, con toda su
parafernalia deslumbrante.
El
problema del acoso escolar (no nos hace ninguna falta la palabrita inglesa) es
lo suficientemente serio, complejo, importante y doloroso como para hacer de él
un programa de televisión. Un programa de televisión que como todos es, ante
todo, un espectáculo buscando audiencia. Y eso, espectáculo y audiencia, es lo
último que necesita la educación para abordar esta tristísima e injusta
realidad. La aproximación a la solución, porque solución no hay, va por otros
caminos.
Me
gustaría equivocarme, de verdad, y que este nuevo invento que empieza a emitirse
un día de estos, al menos no haga daño, pero lo dudo mucho. El efecto puede ser como si entrara un elefante en una cacharrería, como dice el refrán.
Pero
bueno, en una sociedad democrática y libre, tenemos que convivir con los que
haciendo uso de esa libertad más allá de toda ética, nos complican la vida a
todos dejando además un triste rastro que luego no reconocen como suyo. Del
mismo modo que la sociedad no reconoce en la miseria y la vergüenza del acoso
escolar su propia miseria y su propia vergüenza reflejada en los niños y en los
jóvenes.
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