FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

martes, 7 de febrero de 2017

El silencio de las campanas.


Es característica común a todos los totalitarismos, del signo que sean, silenciar voces, prohibir lenguajes. Silenciar las voces discordantes, prohibir los lenguajes de los que no son de mi cuerda.
Y esto es lo que está pasando con las campanas. Porque prohibir el tañido de las campanas es prohibir un lenguaje milenario que forma parte de nuestra cultura; que está integrado en nuestro medio ambiente, sea urbano o rural, desde hace cientos y cientos de años.
Y si a alguien le molesta, en primer lugar habría que decirle que la campana y el campanario estaban ahí mucho antes que él se pusiera a vivir allí. También habría que decirle que no son las campanas lo que le molesta sino lo que ellas significan, y eso ya es harina de otro costal. Y además, con mucho respeto, por no ponernos a su altura, habría que decirle que es su intolerancia y su rencor, su triste incapacidad de superar de una vez por todas la historia, lo que le ha llevado a denunciar ante el ayuntamiento un lenguaje muy querido para mucha gente.
Y el ayuntamiento, interpretando la ley al pie de la letra, silencia las campanas con unos argumentos tan demagógicos como cínicos. Tampoco ellos acaban de superar la historia. El triste revanchismo histórico, sigue actuando en forma de un anticlericalismo que confunde cultura y religión, y con el afán de poner “las cosas en su sitio”, dan al traste con elementos culturales que teniendo origen religioso han rebasado ampliamente los límites de la religión. Con medidas como éstas, no atacan tanto a la religión como a la cultura.
Son como los talibanes que destruyen obras de arte valiosísimas en nombre de su dios. El arte también es un lenguaje, como las campanas. Nuestros talibanes no pueden destruirlas, pero si pueden prohibir que hablen, en nombre de "su dios".
Yo he vivido muchos años a escasos metros de un campanario, y las campanas entraron a formar parte de mi vida. Nunca me molestaron, pero claro, yo no soy anticlerical, soy creyente. Y este es el quid de la cuestión.
No nos engañemos. El problema no es un vecino, o dos o treinta, o los que sean. El problema no son los decibelios. El problema es, y ya lo he dicho muchas veces, la triste incapacidad de superar la historia de algunos de nuestros gobernantes y de demasiados ciudadanos. Y eso me da rabia, me da pena, me da miedo.
Sé que tarde o pronto volverán a sonar las campanas. Sean laicas o religiosas. En una sociedad libre deben sonar las campanas. Es un lenguaje, un antiguo, rico y hermoso lenguaje que el sectarismo de unos pocos no podrá silenciar indefinidamente.
Con esta esperanza, quiero acabar dando la palabra a Miguel Delibes. Es un bonito texto, escrito en su libro El Camino. Es la mejor descripción que conozco de lo que son las campanas..

Es expresivo y cambiante el lenguaje de las campanas; su vibración es capaz de acentos hondos y graves y livianos y agudos y sombríos. Nunca las campanas dicen lo mismo. Y nunca lo que dicen lo dicen de la misma manera. Daniel, el Mochuelo, acostumbraba a dar forma a su corazón por el tañido de las campanas. Sabía que el repique del día de la Patrona sonaba a cohetes y a júbilo y a estupor desproporcionado e irreflexivo. El corazón se le redondeaba, entonces, a impulsos de un sentimiento de alegría completo y armónico. Al concluir los bombardeos, durante la guerra, las campanas también repicaban alegres, mas con un deje de reserva, precavido y reticente. Había que tener cuidado. Otras veces, los tañidos eran sordos, opacos, oscuros y huecos como el día que enterraron a Germán, el Tiñoso, por ejemplo. Todo el valle, entonces, se llenaba hasta impregnarse de los tañidos sordos, opacos, oscuros y huecos de las campanas parroquiales. Y el frío de sus vibraciones pasaba a los estratos de la tierra y a las raíces de las plantas y a la médula de los huesos de los hombres y al corazón de los niños. Y el corazón de Daniel, el Mochuelo, se tornaba mollar y maleable — blando como el plomo derretido— bajo el solemne tañir de las campanas. Estaba lloviznando y tras don José,…


¿Cómo quieren callar la voz de las campanas? ¿Cómo se atreven?

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