Quiero
descansar de una puñetera vez de la pesadilla en la que nos ha metido, señor
Puigdemont, pero no he podido resistirme a escribirle otra carta abierta, el
día después. Y no quisiera escribir más sobre esto. A ver si puedo limpiar el
blog de este veneno, al menos durante algún tiempo. ¡Ojalá!
Tenía
yo razón, ¿verdad? Ha pasado lo que usted quería que pasara, lo que tenía
previsto que pasara. Lo tiene todo estudiado. Ancianos tratados a golpes, niños
asustados, multitud de heridos… Todo porque iban a ejercer pacíficamente su
derecho al voto… La brutalidad de las fuerzas del orden españolas da la vuelta
al mundo, violencia innecesaria contra inocentes…
Sin
embargo aún no ha conseguido su mártir, o sus mártires, cuantos más mejor,
¿verdad? Por eso sigue adelante. Ahora, sobre la base de una pantomima ilegal y
en contra del estado de derecho, a por la declaración unilateral de
independencia. Siga así, siga así, tensando hasta el límite. Al final obtendrá
sus muertos y con un poquito de suerte, hasta puede acabar saliendo el ejército
a la calle. Dios no lo quiera, pero ¡cómo les alegraría eso a usted y a los
suyos! Sería su gran victoria. Una respuesta lo más violenta posible a su
violencia de guante blanco. Respuesta que tampoco apruebo.
Porque
la violencia, señor Puigdemont, la han ejercido ustedes desde el principio
rompiendo la Constitución, y siguen haciéndolo. Mintiendo y manipulando a sus
ciudadanos, arrastrándolos a una espiral de odio y abocándolos a un abismo. Machacando
los derechos humanos más básicos de todos los que no piensan como ustedes. Utilizando
para sus fines todo lo que ha estado a su alcance, incluso a los niños. Arrancando
a los ancianos el gozo de acabar sus días trabajando democrática y
pacíficamente por una Cataluña independiente si así lo quisieran algún día la
mayoría de los catalanes.
¿Sabe
a quién me recuerda usted? A alguien que, imbuido en un nacionalismo fanático,
arrastró a su pueblo, gente en su mayoría buena, honrada, y trabajadora, a un
desastre sin precedentes. Y no sólo a su pueblo, también a Europa y al mundo.
Él inventó a sus enemigos, los judíos. Usted, muchos como usted, desde hace
mucho tiempo han inventado a los suyos, los españoles. Él antepuso la emoción
que embarga y arrastra con himnos y banderas, a la razón, aunque él si usaba su
razón, una razón perversa pero eficaz, como la suya.
Los
derechos de esos miles de niños que ayer, en su hermosa tierra, vieron lo que
nunca deberían haber visto, clama al cielo contra usted, porque usted y los
suyos son los primeros responsables de la aberración. Ustedes son los que han
roto las reglas del juego, por eso ustedes son más responsables de la violencia
que están desatando, violencia que me consta que buscan.
Como
ha dicho Albert Rivera, la historia lo juzgará, lo pondrá en su lugar. En el
lugar de los que destruyen, de los que dividen, de los que enfrentan, aunque de
momento puede darse a sí mismo la enhorabuena. Está alcanzando sus objetivos.
¿Hasta
dónde nos va a llevar esta locura?
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