¡Viva la libertad! ¡Visca Catalunya! ¡Viva España! |
¿Dónde
estaba yo, este domingo, cuando Vargas Llosa pronunciaba ante cientos de miles
de personas estas palabras? En la España de Don Quijote, en La Mancha. En aquel
rincón lleno de nombres para la historia: El Toboso, Campo de Criptana, Puerto
Lápice, Campo de Montiel, Ruidera, Montesinos…No sé muy bien por qué, o sí,
pero tenía ganas de recorrer esas llanuras sin fin, de entrar en esos pueblos
blancos, amplios, extendidos al sol. Tenía ganas de imaginar a don Quijote y
Sancho recortando su silueta contra el cielo lejano y luminoso del crepúsculo.
Durante el día no quisimos saber nada de lo que pasaba en ningún sitio. Cuando
por la noche me contó Isabel que la manifestación de Barcelona había roto todas
las previsiones me alegré mucho, muchísimo, y cuando me leyó algunos de los fragmentos del
discurso de Vargas Llosa y de Borrell, me sentí total y plenamente identificado
con sus palabras, reconfortándome el oírlas en boca de otros.
Hoy, a
dos horas escasas de la más que posible consumación del absurdo y trasnochado
desatino histórico que nos ha tocado vivir, quiero incorporar las palabras de Vargas Llosa al blog,
resaltando los fragmentos que más me han gustado y esperando que más pronto que
tarde la razón se imponga a la pasión y el futuro al pasado.
"Queridos
amigos. Todos los pueblos modernos o atrasados viven en su historia momentos en
los que la razón es barrida por la pasión. Y es verdad que la pasión puede ser
generosa y altruista cuando inspira la lucha contra la pobreza y el paro. Pero
la pasión puede ser también destructiva y feroz cuando la mueven el fanatismo y
el racismo.
La
peor de todas, la que ha causado más estragos en la historia, es la pasión
nacionalista. Religión laica, herencia lamentable del peor romanticismo. El
nacionalismo ha llenado la historia de Europa y del mundo, y de España, de
guerras, de sangre y de cadáveres. Desde hace algún tiempo, el nacionalismo
viene causando estragos también en Cataluña.
Para
eso estamos aquí, para pararlo. Para eso han salido miles y miles de catalanes
de sus casas en esta mañana soleada del otoño catalán. Son catalanes
democráticos, que no creen que son traidores quienes piensan distinto a ellos.
Son catalanes que no consideran al adversario un enemigo, que no ensucian sus
puertas, ni destruyen sus vitrinas. Catalanes que creen en la democracia, en la
libertad, en el Estado de derecho, en la Constitución.
Y
además de catalanes, hay aquí, esta mañana, miles de hombres y mujeres venidos
de todos los rincones de España —e incluso del Perú—, a decirles a los amigos
catalanes que no están solos, que estamos con ellos, que queremos dar juntos
con ellos la batalla por la libertad. Estamos armados de ideas, de razones y de
una convicción profunda de que la democracia española está aquí para quedarse.
Y que ninguna conjura independentista la destruirá.
No
queremos que los bancos y las empresas se vayan de Cataluña como si fuera una
ciudad medieval acosada por la peste. No queremos que los ahorristas catalanes
retiren su dinero por la desconfianza, por la inseguridad jurídica que les
merece el futuro de Cataluña. Queremos, por el contrario, que los capitales y
las empresas vengan a Cataluña para que vuelva a ser, como tantas veces en su
historia, la capital industrial de España, la locomotora de su desarrollo y su
prosperidad.
Queremos
que Cataluña vuelva a ser la Cataluña capital cultural de España, como era
cuando yo vine a vivir aquí, en unos años que recuerdo con enorme nostalgia.
Eran los últimos años de la dictadura franquista. La dictadura se deshilachaba
y hacía aguas por todas partes. Y ninguna ciudad española aprovechó tanto como
Barcelona esos resquicios de libertad para volcarse al mundo y traer del mundo
las mejores ideas, los mejores libros, todos los grandes logros de la
vanguardia. Por eso venían los españoles a Barcelona. Porque aquí los aires
eran ya los de Europa. Es decir, los de la democracia y la civilización.
Aquí,
en esa Cataluña se reunieron, después de haberse dado la espalda desde la
guerra civil, los escritores españoles y los escritores latinoamericanos. Aquí,
yo he visto llegar a Barcelona a muchachas y muchachos de toda América Latina,
con vocaciones artísticas y literarias, que venían porque aquí había que estar
si uno quería triunfar en el mundo de las artes, del pensamiento, de la
literatura. Venían aquí como nosotros en las generaciones anteriores íbamos a
París. Queremos que Barcelona, que Cataluña, vuelvan a ser la capital de la
cultura de España.
Queridos
amigos. España es un país antiguo. Cataluña es un país antiguo. Hace 500 años
sus historias se juntaron y se juntaron con las historias de vascos, de
gallegos, de extremeños, de andaluces, etcétera. Para crear esa sociedad
multicultural y multilingüística que es España. Ahora, desde hace 40 años,
además de recuerdo de un pasado grandioso y a veces trágico, España es también
una tierra de libertad, una tierra de legalidad. Eso el independentismo no lo
va a destruir.
Se
necesita mucho más que una conjura golpista de los señores Puigdemont y
Junqueras, y de la señora Forcadell, para destruir lo que han construido 500
años de historia. No lo vamos a permitir. Aquí estamos ciudadanos pacíficos,
que creemos en la coexistencia, que creemos en la libertad. Vamos a
demostrarles a esos independentistas minoritarios que España es ya un país
moderno, un país que ha hecho suya la libertad y que no a va a renunciar a ella
por una conjura que quiere retrocederlo a país tercermundista.
Esta
manifestación supera todo lo que los más optimistas organizadores consideraban.
Es la demostración maravillosa de que en Barcelona, de que en Cataluña, como en
el resto de España, están por la democracia, por la legalidad y por la
libertad.
¡Viva la libertad! ¡Visca
Catalunya! ¡Viva España!"
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