Será
quizá porque en el ámbito laboral en el que me he movido toda mi vida no he
observado ninguna diferencia entre hombres y mujeres. El mismo sueldo al mismo
trabajo, igualdad en el acceso a las funciones directivas y una relación entre
compañeros de lo más normal, independientemente de que sean profes o “profas”.
Por
eso me cuesta entender que a estas alturas de la corrida continúe habiendo
diferencias en estos aspectos entre hombres y mujeres. Y por esto mismo, dando
por ciertas las estadísticas que nos evidencian estas diferencias, veo adecuada
y procedente la huelga de mujeres que se prepara para este mes de marzo. Huelga
que no debería ni haberse planteado, ya que este problema debería estar resuelto hace mucho tiempo.
Pienso
que existen las personas. El género viene después. Por eso mismo no entiendo
que se discrimine a nadie en función del su género a la hora de cobrar por un
mismo trabajo, u ocupar un determinado puesto. Y por esto mismo también veo la
ley de paridad una de las medidas más sexistas y vergonzosas para las mujeres
que se han tomado hasta hoy, aunque quizá necesaria. Como la huelga, que es
otra vergüenza que haya que hacerla.
Ni la
huelga de mujeres, ni la ley de paridad deberían hacer falta para reconocer, de
una vez por todas, la igualdad, dentro de las saludables y naturales
diferencias entre el hombre y la mujer.
Pero
¡ojo!, ¡cuidadín! Hagamos todo esto evitando la ley del péndulo que tanto daño
hace. Ni machismo, ni feminismo. Me atrevo a sacar un término nuevo, el
“personismo.” Ahí hay que llegar y pronto.
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