Perdida
en las fragosidades del Pirineo central, al norte de La Ainsa, hay una
carreterita minúscula que une las pequeñas poblaciones de Puértolas y Escuain,
bordeando las formidables murallas del Castillo Mayor.
A la
entrada de la carretera, un cartel avisa de que no tiene mantenimiento invernal,
pero una vez te metes en ella descubres que tampoco lo tiene ni estival, ni
otoñal, ni primaveral; vamos, que está dejada de la mano de Dios y, por
supuesto, de los hombres.
Pues
bien, en esta diminuta, retorcida y olvidada carreterita hay un sorprendente
cartel, repetido además dos veces. El que encabeza esta entrada. Conductor, sea
prudente, sea cortés.
Curioso,
¿verdad? Allí no lo ve casi nadie, y sin embargo utiliza las dos palabras que
probablemente mejor definen lo que es un buen conductor. Prudente y cortés.
¡Qué cierto y qué bonito!
Dice
la RAE de la palabra prudencia:
1. f.
Templanza, cautela, moderación.
2. f.
Sensatez, buen juicio.
3. f.
Rel. En el cristianismo, una de las cuatro virtudes cardinales, que consiste
en discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello.
Y de
la palabra cortés:
1. f.
Demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene
alguien a otra persona.
Templanza, cautela, moderación, sensatez, buen juicio,
capacidad de distinguir lo bueno de lo malo, atención y respeto al otro… Esto
es lo que nos pide que hagamos el cartelito en cuestión cuando cogemos el coche, la moto,
la bici, el carro, la burra, ¡vamos, cuando conducimos!
Pero está allá, lejos, perdido, olvidado; eso sí, en un
paraje impresionante, soberbio, un punto misterioso y mágico. Es la voz que
clama en el desierto, la voz que clama en las montañas…
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