Ahora
que se acerca la Navidad y que se pone en marcha, como cada año, una especie de
glorificación de la familia entendida como el paraíso de las relaciones
humanas, me han entrado ganas de exponer algunas cuestiones al respecto.
La
primera de ellas es que el modelo de familia que los medios de comunicación nos
venden me resulta indigesto, por excesivamente almibarado y muy superficial,
aunque con ínfulas de profundo. Y me molesta, no por mí, sino por el daño que
hace a mucha gente que, al comparar con su vida la tormenta de sonrisas,
emociones, villancicos, reencuentros, lucecitas, turroncitos…llegan a tristes y
demoledoras conclusiones, y falsas, aunque no lo sepan.
La
segunda cuestión es la siguiente. Pienso que hay tres tipos de relaciones
humanas: los lazos de sangre, padre, madre, hijo, abuelo…; los políticos,
esposos, suegros, nueras, yernos…; y los circunstanciales, amigos, compañeros,
conocidos….
Y
ahora, en la tercera cuestión entro a matar. Ahora meto el dedo en la llaga, y
lo sé. ¿Quién ha dicho que los lazos de sangre son superiores a los políticos o
los políticos a los circunstanciales? ¿No es esta una forma de pensar
determinada por nuestros instintos ancestrales, instintos que nos llegan desde
cuando la tribu o el clan eran necesarios para la supervivencia del individuo?
Sí,
pienso que esta es una forma de pensar caduca, aunque en Navidad sobre todo
parezca muy actual. Ya hace 2000 años, Jesús respondió cuando le dijeron que le
buscaban su madre y sus hermanos, que su madre y sus hermanos eran quienes
escuchaban la palabra de Dios y la cumplían. Con aquella respuesta marcaba un
antes y un después en las relaciones humanas.
Porque
cumplir la palabra de Dios es, primero que todo, amar. Y amar es poner a la
persona amada por delante de mí. Y eso lo puedo hacer con mi madre, con mi
hermano, con mi esposa, con mi cuñado, con mi amigo, con mi compañero… Y
cualquiera de ellos puede hacerlo conmigo. En cada caso según las
circunstancias de la vida. Hay mil formas de decir que acogemos al otro en
nuestra vida, que lo estimamos, que lo tenemos presente.
Por
esto, presentar a la familia como si fuera el único entorno donde existe el verdadero
amor es un desatino, y además es cruel para mucha gente. Hay otros entornos,
donde también fluye el amor en abundancia, que son un paraíso; aunque es cierto que si
se da el caso, que se da, de que en una familia a los lazos de sangre y
políticos se una el amor, esa familia también es el paraíso. Pero lo será no
por esos lazos, sino por el verdadero lazo que es que se quieren, y entonces en
Navidad de un modo especial, se lo dicen y lo celebran.
No sé
si esta reflexión, surgida al calor de las próximas Navidades y de alguna que
otra conversación que he tenido estos días, puede serle útil a alguien. Creo
que sí. Y puede quizá ser más útil con este apunte final.
¿Qué
hago si por esos lazos de sangre, o políticos o circunstanciales ha dejado de
circular el amor? ¿Qué hago si temo descubrir que en realidad nunca había
circulado? Apoyarme fuerte en los que sí circula y, más allá de la decepción o
el dolor, esperar en paz. Y si un venturoso día se da el reencuentro, gozarlo
sin mirar atrás, porque después de todo, bien está lo que bien acaba.
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