Quiero
compartir esta mañana del 25 de diciembre el dibujo de un belén coloreado por
mi madre, a sus 91 años, y algunos fragmentos del Pregón de Navidad que se lee
al comienzo de la Misa del Gallo. Siempre me ha gustado mucho, y me ha llamado
especialmente la atención la forma en que sitúa en la historia el nacimiento de
Jesús.
Un
hecho histórico sencillo, humilde, discreto, que da sentido al pasado, iluminándolo, y al futuro, colmándolo de esperanza.
Os anunciamos, hermanos, una buena noticia,
una gran alegría para todo el pueblo;
escuchadla con corazón gozoso:
Habían pasado miles y miles de años
desde que, al principio,
Dios creó el cielo y la tierra.
Miles y miles de años,
desde el momento en que Dios quiso
que apareciera en la tierra el hombre,
hecho a su imagen y semejanza.
Hacía unos 2.000 años que Abraham,
el padre de nuestra fe,
obediente a la voz de Dios,
se dirigió hacia una tierra desconocida
para dar origen al pueblo elegido.
Hacía unos 1.250 años que Moisés
hizo pasar a pie enjuto por el Mar Rojo
a los hijos de Abraham,
para que aquel pueblo,
liberado de la esclavitud del Faraón,
fuera imagen de la familia de los bautizados.
Hacía unos 1.000 años que David,
un sencillo pastor
que guardaba los rebaños de su padre Jesé,
fue ungido por el profeta Samuel,
como el gran rey de Israel.
Hacía unos 700 años que Israel,
que había reincidido continuamente
en las infidelidades de sus padres
y por no hacer caso de los mensajeros
que Dios le enviaba,
fue deportado por los caldeos a Babilonia.
Finalmente, durante la olimpíada 94,
el año 752 de la fundación de Roma,
el año 14 del reinado del emperador Augusto,
estando el mundo en paz,
hace 2018 años,
en Belén de Judá, pueblo humilde de Israel,
en un pesebre,
porque no tenía sitio en la posada,
de María virgen, esposa de José,
de la casa y familia de David,
nació Jesús.
Hermanos, alegraos, haced fiesta
y celebrad la mejor NOTICIA
de toda la historia de la humanidad.
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