Resulta
que me parezco a Brad Pitt en una cosita. Sí, como os lo cuento. Los dos
tenemos prosopagnosia. Es decir, a los dos nos cuesta reconocer las caras de
las personas. Y los dos habremos ofendido a más de una por este motivo, muy a
pesar nuestro.
Y es
una lástima, porque puestos a parecerme en algo, podía parecerme en otras
cosas. Pero bueno, es lo que hay.
Esto
de la prosopagnosia es una enfermedad considerada rara y provocada, según dicen
los expertos, por una lesión cerebral. No sé si en realidad es mi caso, pero lo
que sí es verdad es que desde siempre las caras de las personas con las que no
tengo una relación cotidiana y frecuente se me desdibujan, y me cuesta
identificarlas.
Esto
se agrava en el caso de antiguos alumnos que con el paso del tiempo han
cambiado, o de padres con los que he tenido frecuente relación pero he dejado
de verlos en un momento determinado. Y la consecuencia inevitable parece un
acto de desprecio, soberbia, mala educación, o vete tú a saber qué, por mi
parte. Y me sabe mal.
También
me ha creado situaciones un tanto cómicas. Como cuando andando por la calle
Mayor vi a una señora con un bebé en el carrito. Crucé a la acera donde estaba
y le dije algo así como “¡Hola! ¿Cómo ha ido la cosa? ¡Ay, qué bonico!” Ella me
contestó, “disculpe, no le conozco”. Y dije, “¡Ah, pues entonces yo tampoco, perdone!”
Evidentemente me la confundí con una mamá que
estaba en avanzado estado de gestación, con la que había hablado
largamente hacía un par de semanas.
O
cuando en un centro comercial se me acerca un dependiente, sonriente, amable,
expansivo y me dice, “¡Hola Jesús! ¡Cuánto tiempo!” Yo le miro, hago un supremo
esfuerzo de identificación y concluyo, “¡Juan!”, a lo que él responde, “ma,
Juanma”. Y yo digo, “sí claro, Juanma”. Y aunque puse cara de conocerle no
tenía ni idea de quien era; mas vino en mi auxilio una pregunta, “¿aún estás en
el cole?” Se hace la luz en mi cerebro, antiguo alumno. ¡Ojalá tuviera la
capacidad de saber a quién tenía delante! Y salgo del atolladero intentando no
hacer ningún daño.
O
cuando entro en un restaurante y en la mesa contigua hay un matrimonio con un
chaval. Les saludo con la corrección con la que se saluda a los perfectos
desconocidos. Sólo al acabar la cena, cuando ya nos vamos a ir, caigo en la
cuenta de que el chaval, que ya se ha ido, es un antiguo alumno, y sus padres, un matrimonio con el que he tenido frecuente relación. Les deseo entonces feliz
Navidad con la mejor de mis sonrisas, para compensar.
Y como
estas muchas, muchas situaciones. Situaciones que a veces tienen su punto de
gracia, pero que en el fondo me fastidian porque pueden molestar y no me gusta
molestar a nadie.
¿Soy
un despistado? ¿Soy tonto? O es que, como Brad Pitt tengo prosopagnosia. No lo
sé. En cualquier caso, aprovecho el blog para decir públicamente que si alguien
se ha sentido ofendido por sentirse ignorado, por haberle negado un saludo, por
haber pasado de él, sepa que ha sido por este problema que tengo, se llame como
se llame. Y conste que me da rabia y me pesa.
Pero
bueno, todos tenemos teclitas, ¿verdad? Brad Pitt también. ¡Ya ves!
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