Isabel
descubrió y amó la montaña antes de ir a ella. Y lo hizo a través de la
literatura, ya que ha sido y es una gran lectora. Yo lo único que hice fue
facilitarle el acceso a ese mundo que sólo conocía a través de los libros.
Uno de
esos libros, que ella sacaba de jovencita de la biblioteca y que leía
ávidamente, ha venido a parar a casa, y ahora soy yo quien lo está leyendo,
quien lo está disfrutando. Es el relato de la primera ascensión a un ochomil,
el Annapurna, escrito por Maurice Herzog.
Fueron
Herzog y Lachenal los primeros hombres en llegar a una cumbre de más de ocho mil
metros. Era el 3 de junio de 1950 y la gesta fue tan bella como dramática. Las
dimensiones de la montaña, las condiciones meteorológicas y los medios de los
que disponían en aquellos tiempos, hacen de aquella conquista un monumento sin
igual a capacidad de superación del ser humano.
Han
pasado solo 68 años desde aquel día grande en la historia del montañismo, y han
sido suficientes para que eso que hemos venido a llamar hacer montaña, se haya
visto reducido a un deporte, a menudo competitivo y tristemente superficial.
Y no
depende esto de la cordillera en la que estemos. Da igual que sea el lejano
Himalaya o la sierra Calderona, aquí al lado de casa. La montaña es la misma
ahora que entonces, somos nosotros los que hemos cambiado el modo de
relacionarnos con ella. Hemos pasado de entrar en un santuario donde
contemplando su grandeza entramos en lo más hondo de nosotros, a un estadio
deportivo donde lo que buscamos es divertirnos, es decir huir un rato de
nosotros mismos.
Yo
sigo haciendo montaña como aquellos hombres, a la humilde escala en la que me
muevo, algo de Alpes, mucho Pirineo y bastante de las sierras valencianas; por
eso, cuando leo sus hazañas entiendo perfecta y cabalmente lo que dicen. Sus
sentimientos y sus reflexiones no me son en absoluto ajenos.
Quiero
acabar estas consideraciones sobre lo que es para mí la montaña, hechas al hilo
del libro que estoy leyendo, compartiendo el relato de Maurice Herzog del
preciso momento en que llegan a la cima. El momento histórico en el que dos
hombres hollan por primera vez una cumbre de más de 8000 metros.
"Subimos,
deteniéndonos a cada paso. Recostados den los piolets, intentamos restablecer
la respiración y calmar los latidos desordenados de nuestros corazones.
Ahora
tenemos la sensación de que estamos llegando y ninguna dificultad podría
detenernos. No hace falta que nos consultemos con la mirada: cada uno no leería
en los ojos del otro más que una firme determinación. Un pequeño rodeo hacia la
izquierda, algunos pasos todavía…La asista cimera se acerca lentamente. Después
de evitar algunas rocas nos izamos despacio. ¿Es posible?
¡Si!
Un viento brutal nos azota.
Estamos…sobre
el Annapurna.
Ocho
mil setenta y cinco metros.
Nuestro
corazón se desborda de alegría.
¡Ah!
¡Si lo supieran los otros!
¡Si
todos lo supieran!
La
cima es una arista de hielo formando cornisa. Los precipicios del otro lado sin
insondables, espantosos. Caen verticalmente bajo nuestros pies. No creo que
haya muchos por el estilo en ninguna otra montaña del mundo.
Las
nubes flotan a media altura, escondiendo el suave y fértil valle de Pokhara, a
7000 metros de profundidad. Hacia arriba, ¡nada!
Nuestra
misión está cumplida, pero algo mucho más grande se ha conseguido. ¡Qué hermosa
será la vida ahora!
Es
inconcebible realizar bruscamente un ideal y realizarse a sí mismo.
Estoy
paralizado por la emoción: jamás he sentido una alegría tan grande y tan pura".
No, no
es un deporte. Sin menoscabo del deporte, tengo claro que hacer montaña no es
un deporte. No es ni más ni menos, ni mejor ni peor. Es diferente. Y si lo que
hacemos en ella lo convertimos en deporte, ya no estamos haciendo montaña.
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