El
evangelio de ayer es para mí uno de los textos más impresionantes y asombrosos de la Biblia, la
parábola del hijo pródigo. Por mucho que la medite nunca llego a abarcar, ni de
lejos, la profundidad y la grandeza del mensaje que nos transmite, y pienso qué
sería de mí si Dios no fuera así, como ese padre que espera, día tras día, el regreso
del hijo; y eso siempre me da una gran paz.
Comparto
hoy un texto que envió ayer a Isabel, nuestra amiga Paz, sobre esta parábola.
Es del jesuita José María Rodríguez Olaizola.
Desde lejos, aterido, abrumado,
nostálgico, culpable.
Incapaz de mirarte, avergonzado
por los renglones torcidos de mi historia.
Indeciso. Atrapado tras el muro que yo mismo he levantado.
Curvado sobre mí, cada vez más solo,
más triste, más roto.
“Vuelve a casa”. “Vuelve conmigo”. “Vuelve pronto”. “Vuelve
ahora.”
Tu canción se clava, como flecha en mi entraña.
No hiere. No mata. Es el amor
salvando abismos para salvar personas.
Padre, he pecado contra ti,
ya no merezco llamarme
hijo tuyo…
“Calla, y abrázame. Hijo mío”.
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