Le
sucedió esto a un amigo que trabaja en un centro de los grandes de Valencia.
Llegó a clase y observó que no había manera de hacer funcionar la pizarra
digital por lo que, al tener la clase preparada contando con ella, tenía un
problema. Los alumnos, de 6º de primaria, empezaron a alborotarse, cosa que
siempre sucede en estos casos, lo que pone más nervioso aún al profe que lo que le
ha puesto el fallo tecnológico.
Pero
mi amigo, que ya lleva horas de vuelo, cayó en la cuenta de que el fallo no era
tecnológico, sino que un alumno estaba jugando con él y con el mando de la
pizarra, y de paso con todos sus compañeros.
Se
contuvo las ganas infinitas de soltarle un soberano sopapo y le pidió que se
fuera con su pupitre a un rincón de la clase. El alumno no hizo ningún caso.
Insistió, siguió sin hacerle caso. Entonces le cogió el pupitre y se lo llevó a donde le había dicho que fuera. Luego hizo lo mismo con su mochila. Todo esto,
hay que decirlo en honor a la verdad, lo hizo con una cierta brusquedad.
Y
empezó la clase.
Al día
siguiente le informó la tutora del dulcísimo chicuelo de que su madre había acudido a ella quejándose del maltrato que había recibido su hijo, pues la
profesora le había lanzado el pupitre y golpeado con su propia mochila, haciéndole
mucho daño. Le dijo también la tutora que creía haberla calmado y que el asunto no iría a
mayores.
Mi
amigo le envió un correo a la madre en cuestión, ofreciéndole varias opciones de
cita para hablar con ella y aclararle el asunto. No respondió. Volvió a hacerlo
y siguió sin responder.
Pasado
el fin de semana, llamó a mi amigo el Director General del centro para
informarle de que esta señora y su
marido habían acudido a dirección para presentar una queja formal contra él por
el maltrato sufrido por su hijo.
El
asunto acabó bien para mi amigo, pero cuando me lo contó, aparte de la
indignación y la rabia que me produjo, me hizo pensar en que ante este tipo de
situaciones, demasiado frecuentes, hay que hacer algo más que sortearlas con
buenas palabras y con el mínimo daño posible.
¡Ya está
bien! Creo que los colegios deberían pasar a la ofensiva y no sólo defenderse. A esta señora y su marido habría
que denunciarles por difamación. Mi amigo tiene todo el derecho del mundo a
hacerlo, porque no tiene por qué ver su nombre junto a la palabra maltrato,
cuando es una absoluta falsedad.
Si estos señores son de los que piensan que su hijo nunca miente, y mucho menos a ellos, que
paguen su imbecilidad enfrentándose a un juez y pagando una indemnización. Es lo
menos. Y sería justo.
Porque
este tipo de individuos están haciendo un daño inmenso, no sólo a los colegios
como institución, sino a los profesores y a todos esos padres, buenas personas, que son la
aplastada mayoría; aplastada por esta gente que hace ya tiempo están pidiendo a
gritos que alguien les ponga en su sitio por el bien de todos y de ellos
mismos.
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