Viendo
las imágenes de Nôtre Dame ardiendo, no pude evitar que me viniera a la mente el
recuerdo de aquella noche en la que estábamos Isabel y yo contemplándola, desde
el restaurante en el que cenábamos justo al otro lado del Sena. Después paseamos por allí, sin prisa, casi sin gente. Era marzo, hacía frío y era tarde.
Grato
recuerdo de una noche, más que agradable, que chocaba violentamente con las
terribles imágenes que han dado, y siguen dando la vuelta al mundo. Parecía una
broma o una película, pero no, la catedral de París, símbolo no solo de
Francia, sino de Europa y de nuestra cultura, ardía.
Será
reconstruida. ¡Claro que sí! Y a los ojos de los profanos, como nosotros,
volverá a lucir en todo su esplendor. Pero ya no será la misma. Y eso me deja,
al menos a mí, un regusto tristón.
Nada
es eterno. Ni los hombres, ni nuestras obras, por hermosas que sean. Y esto me
crea un sentimiento de urgencia de conocer y disfrutar el maravilloso legado de
nuestros antepasados. La arquitectura, la pintura, la escultura, la música, la
literatura que, aunque me sobrevivirán largos años, siglos, milenios, no sé,
también un día desaparecerán… Nada es eterno.
¿Podían
pensar los romanos, cuando el Coliseo brillaba en todo su esplendor, que
acabaría siendo una inmensa y magnífica ruina? Estoy seguro de que no.
Todo
tiene su tiempo bajo el sol, como dice la Biblia. La belleza que los hombres hemos sido capaces de crear, conozcámosla, disfrutémosla,
respetémosla mientras estemos al sol.
A
continuación comparto algunas fotos de aquel viaje a París en el que no hizo mucho sol, dicho sea de paso.
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