FRASES PARA PENSAR.

SE DARÁ TIEMPO AL TIEMPO,
QUE SUELE DAR DULCE SALIDA A MUCHAS AMARGAS DIFICULTADES.

Cervantes en el Quijote.

viernes, 19 de abril de 2019

Gracias por tu vida, Isabel.



Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven conmigo. Pues mira, ha pasado el invierno, ha cesado la lluvia y se ha ido.  Han aparecido las flores en la tierra; ha llegado el tiempo de la poda, y se oye la voz de la tórtola en nuestra tierra. La higuera ha madurado sus higos, y las vides en flor han esparcido su fragancia. Levántate amada mía, hermosa mía, y ven conmigo.

Estas son las palabras del Cantar de los cantares que han sonado en mi interior cuando Isabel, la madre de mi esposa, ha partido a la Casa del Padre. Hoy, un frío y lluvioso Viernes Santo. Conociéndola a ella, todo un lujo. Viernes Santo y por la tarde…
La madre de mi esposa. Nunca la he llamado suegra porque esa palabra tiene unas connotaciones que para nada se han ajustado en ningún momento a lo que ella ha sido para mí. Respetuosa, cariñosa, comprensiva, discreta, me acogió en casa como a un hijo más, haciéndome sentir siempre cómodo y a gusto.
Ni a ella ni a su esposo Jesús, que ya está hace años en el seno del Padre, tengo ni el más mínimo reproche que hacerles, y sí mucho que agradecerles. Sobre todo el haber traído al mundo a Isabel, mi mujer, el haberla educado en la fe con todo lo que eso significa, y el habérmela entregado, valga la expresión, como un maravilloso regalo de Dios.
Madre ejemplar de familia, trabajadora hasta la extenuación, fuerte ante el dolor, alegre, y de una profunda fe, con una constante implicación en su parroquia y un claro testimonio cristiano, ha tenido una vida plena, llena de sentido. Una vida de estas de las que puede uno irse en paz.
Y así creo que es como se ha ido; en paz, apagándose como una velita que se queda sin cera. Y se ha ido a encontrarse cara a cara con ese Dios en el que creyó toda su vida, a ese Cielo Nuevo y esa Tierra Nueva donde ya no hay ni muerte, ni luto, ni llanto ni dolor.
Y yo te pido ahora Isabel,  que nos ilumines con esa luz que tú ya tienes para que podamos creer de verdad que todas tus esperanzas se han cumplido con creces. Que aunque no lo entendamos, aunque nos parezca demasiado bonito para ser verdad, es la verdad. Una verdad en la que tú has creído toda tu vida, y que ahora gozas en plenitud.
¡Que estamos llamados a la vida para siempre! y que más allá, en un más allá que no podemos ni imaginar, te habrás encontrado con tu querido esposo Jesús, con tu hijo José Mari y con todos los que aquí amaste. Y que el Padre que te ha esperado desde siempre con los brazos abiertos, te abrazará ahora con una inmensa alegría que también será tuya, una alegría que ya nunca nadie te podrá quitar.

De todo corazón, de verdad, gracias por tu vida, Isabel.

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