El
papa Francisco no quiere venir a España. Ha visitado ya cuarenta países. Además
llama la atención que Juan Pablo II vino cinco veces, Benedicto XVI tres, y él
ninguna. Y no piensa hacerlo. Y su respuesta es, "iré cuando haya paz,
primero tienen que ponerse de acuerdo ustedes."
Hablan
los medios de comunicación de respuesta críptica. ¿Seguro? Yo no veo el asunto
tan misterioso. España no es un país en paz, y el Papa lo tiene muy claro, como
mucha gente de aquí.
Yo no
sé en qué estará pensando Francisco exactamente cuando nos dice esta dolorosa
verdad, pero sí sé que es verdad.
El
gravísimo conflicto catalán, para mí incomprensible, nos tiene divididos, y
tiene también dividida a la Iglesia en aquella tierra antaño para mí tan
querida.
La peligrosa
división de la sociedad, y por lo tanto de la política, en derechas e
izquierdas, sin voluntad de diálogo, y con una patética incapacidad, tanto unos
como otros, de superar la historia de una vez por todas, nos tiene
permanentemente divididos y enfrentados. Y la Iglesia no es ajena a esta
división.
La
misma conferencia episcopal está dividida también, con una mayoría de obispos
discretamente contrarios al Papa. Y aunque lo llevan con prudencia, se les ve
el plumero.
¿Dónde
está la paz? No hay posibilidad de que llegue sin el diálogo respetuoso entre
unos y otros. ¿Veis diálogo entre el gobierno catalán y el español? ¿Veis
diálogo entre los partidos políticos mayoritarios? ¿Veis diálogo entre los
obispos de una línea y de la otra? Y no quiero entrar en quién tiene razón o
no. Sólo expongo los hechos.
Por
eso no hay paz. Por eso no viene el Papa. ¡Qué pena! ¡Qué triste! ¡Qué verdad!
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