Es
curioso que la muerte nos traiga, en ocasiones, una imagen fugaz de lo más digno
que tenemos los humanos. Y aunque es solo una imagen fugaz e incluso se intuye
falsedad y podredumbre a través de ella, es una imagen hermosa y reconfortante.
Ver
alrededor de los restos mortales de Alfredo Pérez Rubalcaba, de un modo
respetuoso y humano, al menos aparentemente, a tanta gente que dedica gran
parte de sus energías a descalificarse y destruirse unos a otros, si pueden,
es, como ya he dicho, hermoso y reconfortante.
Me da
igual que todo sea una pantomima institucional, me da igual que haya
quien piense en la posible rentabilidad política del acontecimiento, incluso me
da igual que haya quien lo sienta de verdad. Me da igual que todo sea una mentira con pinceladas de verdad.
Un
hombre, con sus luces y sus sombras, como todos, ha partido de un modo
prematuro y repentino a la Casa del Padre, de un Padre que, aunque no lo
creyera, no lo sé, sí sé que le espera.
Y nos
deja de regalo una imagen humana y bella de un mundo inhumano y feo, el de la política. Y eso
es muy de agradecer.
Aunque
solo sea por esto, gracias, Alfredo.
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