Cuando
el 2 de mayo Madrid se levanta contra el invasor francés, se abre una de las
etapas más prometedoras de nuestra historia, malograda como tantas otras. Y eso
aún lo estamos pagando. Ese triste final.
Porque
no fue la guerra contra el francés lo más importante, sino el hecho asombroso
de que un país sea capaz de ganar un conflicto bélico contra un enemigo muy
superior, a la vez que dar un gran paso adelante elaborando y promulgando una
constitución avanzadísima para su tiempo.
Fernando
VII, el peor rey que a mi juicio haya tenido jamás España, rompe ese futuro
prometedor dividiendo al país en dos, división que llega hasta hoy mismo. Hay
tantos que siguen nutriéndose, como infames parásitos, de ese cainismo tan
nuestro…
Según
las últimas tendencias de pedir perdón ahora por hechos acaecidos hace ya mucho
tiempo, los franceses deberían pedirnos perdón por la que montaron, y el Rey,
por la que montó su antepasado. Es la moda ¿no?
O
también está el camino de asumir los errores y los horrores del pasado, errores
y horrores, y mirar juntos hacia adelante. Quizá nos iría mejor a todos. Y así,
imágenes como las que inmortalizó Goya en sus grabados, no se volverían a repetir.
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