Dedico
esta entrada a una amiga, maestra, que lo está pasando mal.
Como
gran parte de los amigos de Valencia, que decimos, trabajamos en educación,
cuando nos reunimos suele ser inevitable que acabemos hablando de niños,
colegios y cosas así, para desdicha de los que trabajan en otros entornos
laborales. Y aunque intentamos evitarlo, a veces no es fácil.
El
caso es que el otro día, hablando de todo un poco, fuimos a parar otra vez al
tema educativo y llegamos por absoluta y entusiasta unanimidad a establecer la
lista de los tres grandes enemigos de todo docente. Hay más, pero son menos
poderosos, menos aviesos y menos perversos.
Eso
sí, el enemigo por excelencia, el satán de la educación, son los políticos que
la han utilizado, la utilizan y la seguirán utilizando como arma en sus
inmundos y estériles enfrentamientos. Arma de destrucción masiva, por cierto.
Pero este enemigo está fuera de concurso. Tal es su falacidad, su desvergüenza
y su poder destructivo.
Pero
volvamos a la lista de esos tres villanos a los que he aludido y que tenemos
más cerca. Lista cuyo orden es indiferente. No es el primero peor que el
tercero. Dependiendo de situaciones y circunstancias, uno hará más daño que
otro. Son los psicólogos de despacho, los abogados y los periodistas.
Son
estos los enemigos a mantener lo más lejos posible y a huir despavoridos si se
nos acercan, porque llevamos las de perder aunque lo hayamos hecho bien, aunque
tengamos razón, aunque nuestras intenciones hayan sido limpias y honestas desde
el principio.
Los
psicólogos de despacho que no han pisado un aula en su vida ni tienen intención
de hacerlo; que no conocen lo que realmente es un colegio; que a los niños los
ven de uno en uno y un ratito; y que tienen la versión de una parte, la que
paga, cuando hay un conflicto, lo tienen muy claro. Están convencidísimos de su
diagnóstico contra toda evidencia, y los malos son siempre el cole y el profe
que ¡claro! no lo ha hecho bien.
Los
abogados que a todo lo anterior añaden el poder de acojonar y destruir, si con
eso ganan pleitos y prestigio, al pobre maestrico que le han puesto por
delante. Les suele importar un bledo lo realmente sucedido y se apoyan en
palabras muy de moda que utilizan a modo de mazo para demoler cualquier verdad
que ellos hayan decidido que no lo es. Aunque lo sea.
Los
periodistas que a modo de buitres van buscando carroña. No cazan, huelen el
conflicto servido por los dos anteriores y se alimentan de su podredumbre.
Sentencian sin previo juicio y utilizan los palabros que psicólogos y abogados
han aireado para airearlos más aún, hacerlos públicos, caiga quien caiga. Y el
que cae es el docente, claro. Hacen la función de un ventilador cuando le
ponemos, con perdón, una mierda blandita delante.
Dicho
lo dicho habría que añadir, en honor a la verdad, que toda generalización es
injusta y falsa. Por eso no puedo, ni debo, acabar estas líneas sin decir que
hay psicólogos de despacho, abogados y periodistas honestos, y no pocos. Que
conozco a algunos de ellos. Pero los otros, los descritos anteriormente, algunos de los cuales también conozco, aun siendo menos hacen tanto, tanto daño… Y también hay que
reconocer que a veces en los colegios pasan cosas que no deberían pasar.
Pero
qué queréis que os diga, compañeros. Qué tal como está el patio, lo mejor para
nuestra salud mental y física es hacerlo lo mejor que podamos y sepamos, hablar
poco, escribirlo todo y tratar de mantenernos a distancia de todos estos señores,
por si acaso.
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