Ya
habéis llegado a Santiago. ¡Enhorabuena! Es como llegar a una cima largamente
deseada. Alegría y satisfacción vertida en emoción que no pocas veces necesita
del llanto, a veces contenido, nublando la vista; a veces libre, porque no hay
cuerda que pueda atarlo.
Y eso
es bonito, muy bonito. Pero Santiago es la cima. Hay que volver al valle. Y es
entonces, desde el valle, contemplando en el tiempo y la distancia la cima
conquistada, cuando todo cobra su más profundo y verdadero sentido.
Ha
valido la pena el camino que me ha llevado a ella. Habrán valido la pena estos
cien kilómetros largos si me he encontrado con la naturaleza, y en ella, conmigo
mismo, con los demás y con Dios.
Creo
que estos cuatro encuentros son los que dan sentido y plenitud a todos los
caminos, al de Santiago también. Al de la vida, también.
El
encuentro con la naturaleza, el cielo y el paisaje; el frío y el calor; el
viento; el sol y la lluvia que esta vez no os ha visitado; campos y pueblos, la
mano del hombre en la obra de Dios.
Y en
vuestro caminar por ella, el encuentro con uno mismo. Recuerdos, pensamientos,
proyectos. Sentir vuestro propio cuerpo, conocerlo, escucharlo, dominarlo. Y
tras el conocimiento, la aceptación de lo que sois, con todas vuestras virtudes
y defectos, vuestras capacidades y limitaciones.
Los
demás, los otros, los amigos, los compañeros con los que habéis caminado. Otro
encuentro no menos importante. Porque son los otros los que van a daros ese
calor necesario para andar por el mundo, y el sentido de la realidad que se
pierde en la soledad no deseada.
Y al
fin, el encuentro supremo, el encuentro con Dios que, de algún modo misterioso
pero cierto, lleva a la plenitud los anteriores encuentros. Porque aun no
teniendo fe, si de verdad hemos gozado de la naturaleza, nos hemos sumergido en
las aguas profundas de nuestro propio ser, y nos hemos asomado al ser del
compañero, porque nos ha dejado, y él al nuestro, sentiremos una fuerza que nos
impulsa más allá.
Un más allá donde
está Dios, aunque en realidad ya estaba junto a vosotros desde el principio. Estaba en la
naturaleza, en vosotros mismos y en los demás. Ya estaba, solo había que darse cuenta.
Ojalá
que todo lo que hayáis sentido al llegar hoy a la plaza del Obradoiro, tenga las
hondas raíces de estos encuentros. Así, esos sentimientos de hoy, quedarán como un
faro en vuestras vidas que os recordarán siempre la cima deslumbrante, envuelta en
luz, aunque en el valle a veces, las brumas os la oculten, nos la oculten.
Pero
sabremos que está allí, en lo alto. Que sigue estando. Que Santiago, que
disfrutáis ya esta tarde, cansados pero contentos, sea siempre uno de esos faros.
¡Enhorabuena
de nuevo y que Dios os bendiga!
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