He aquí helados, cristalinos,
sobre el virginal
regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
¡Qué soledad sin colores!
¡Oh, Madre mía, no llores!
Cómo lloraba María.
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.
¿Quién fue el escultor que pudo
dar morbidez al marfil?
¿Quién apuró su buril
en el prodigio
desnudo?
Yo, Madre mía, fui el rudo
artífice, fui el profano
que modelé con mi mano
ese triunfo de la muerte
sobre el cual tu piedad vierte
cálidas perlas en vano.
Gerardo Diego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario