Mientras
contemplamos atónitos e incrédulos un mundo que se rearma, nadie sabe muy
bien para qué, y la palabra enemigo vuelve a entrar en nuestras vidas con toda
su crudeza y su abismal miseria, nos llega este Jueves Santo, el Día del Amor
Fraterno, como una de esas flores que nacen en el asfalto.
Y
recordando ese tiempo pasado en el que creímos que el mundo iba a mejor, que la
historia, por fin, parecía orientarse hacia un futuro prometedor, me he
acordado de un poema del libro Cantos de fiesta y lucha, de Víctor Manuel
Arbeloa, libro del que ya he hablado en otras entradas.
Es un
Padrenuestro anónimo que el autor encontró y adaptó, y que yo he adaptado un
poquito más, muy poquito. Se titula "Porque queremos la hermandad entre
todos los hombres". Por eso lo comparto
hoy, Jueves Santo, Día del Amor Fraterno.
Porque queremos
la hermandad entre todos los hombres,
incluso de los que han de vivir
después de nosotros,
y de los que vivieron
antes que nosotros,
te decimos:
Padre
nuestro.
Porque es dura, interminable, la tarea
y el deseo no merma a lo largo de la vida.
Y Cristo no es sólo la bebida en el camino
sino el que aumenta
muchas veces
nuestra sed,
te decimos:
que
estás en el cielo.
Porque vivimos
donde
se piensa, se ordena, se dicta sobre el hombre,
en fábricas, despachos, casas, universidades,
y sabemos que el poder y la riqueza en pocas manos
es el modo frecuente
de ofender el nombre del Señor,
te decimos:
santificado
sea tu nombre.
Porque tenemos miedo
incluso de nosotros mismos;
de confundir
el limpio camino que emprendimos en la vida,
y de llegar después de todo, a nuestras propias metas,
te decimos:
venga
a nosotros tu reino.
Porque
tememos el círculo maldito
de producción, consumo y beneficio,
al que quieren sujetarnos a la fuerza,
te decimos:
hágase
tu voluntad así en la tierra como en el cielo.
Danos
hoy nuestro pan de cada día,
a través de nuestro esfuerzo:
el pan, la luz, el gas, los calcetines,
la entrada para el cine, la tele o el periódico...
que algunos nos quieren recortar
con un salario mínimo
o todo lo más mínimo que pueden.
Recordamos
a los hombres que sufren y no esperan,
también por nuestra culpa.
Y te decimos y decimos a esos hombres,
a través de tu amor paternal:
perdona
nuestras ofensas.
Porque nosotros, que vivimos
en un pueblo rico, comparado
con otros de la tierra;
conscientes y llenos de ilusiones
en medio de desesperados,
podemos decir sin grandes méritos:
así
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
Y en medio de tantas tentaciones,
tememos sobre todo
la de caer
un día en la miseria
de no creer
en ti,
en los hombres,
en la vida;
de no querer
seguir haciendo libre y justo nuestro mundo.
Por eso te decimos:
no nos
dejes caer en la tentación.
Y
líbranos del mal,
de todos los males que nos siguen como moscas,
como ratas voraces,
como perros rabiosos.
Líbranos de pensar que nosotros
solos
podemos liberarnos.
Con la ayuda de los otros sí podemos.
Y con la tuya,
con la alegre y segura
promesa de tu gracia y de tu reino.
Amén.
Es la esperanza que nos queda:
La alegre y segura promesa de tu gracia y de tu reino.
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