Otras
veces he dicho que me encanta encontrarme con bichos grandes por el monte. No
siempre puedo fotografiarlos, pero el otro día sí pude, aunque no a tan a
placer como la vez anterior.
Andaba
por un camino cuando la inconfundible cornamenta de la cabra montés, no muy
lejos de mí, me hizo sacar la cámara, pero en este caso enseguida se internaron
en el bosque.
No
perdí la esperanza de fotografiarlas, y me quedé muy quieto junto a un
algarrobo mirando en la dirección en la que se habían ido. Desde donde yo
estaba el terreno descendía hacia un barranco, así que si ascendían por la otra
vertiente, las vería.
Y así
fue. Un ruido de piedras movidas me hizo mirar hacia un claro por donde, una
tras otra, fueron pasando, internándose otra vez en la espesura. Con el zoom a
tope e intentando no moverme al disparar, hice un montón de fotos de las que
salvo tres que ahora comparto.
Y
continué mi camino, más feliz que una lombriz cuando llueve.
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