Me han
preguntado, a raíz de las últimas entradas, sobre los animales que veo en el
monte; que cómo veo tantos. La pregunta me lleva a la siguiente reflexión.
Empezaré
por responderla. Veo muchos animales porque hago justo lo contrario
de lo que actualmente hace la mayoría cuando sale al campo.
Primero
se trata de ir andando con cuidado, intentando no hacer mucho ruido; por
supuesto que ni corriendo ni mucho menos en bici. En segundo lugar, solo o en
grupos pequeños; no en grandes concentraciones inevitablemente ruidosas. En
tercer lugar, en silencio; sobran los parloteos incesantes, los aparatitos
sonoros y evidentemente los gritos. En cuarto lugar, con ropa discreta; ni
brillos ni colorines chillones.
Os
habréis apercibido, si habéis leído hasta aquí, que esta forma de andar por los
montes no es la que está de moda. Lo normal ahora es ver gente corriendo, con
sus mallitas multicolores, como si les persiguiera el mismísimo diablo; bicis
reventando senderos y haciendo inevitablemente ruido; o grupos enormes de
senderistas formando una caravana multicolor y escandalosa.
Cualquier
bicho, grande o pequeño, huye despavorido ante semejantes agresiones a su
entorno y a ellos mismos.
La
cuestión de fondo, y esta es la reflexión, es qué busco yo cuando salgo al
monte y qué es el monte para mí. Si lo que busco es encontrarme con la
naturaleza y quizá, a través de ella, conmigo mismo, es una cosa; el monte será
ante todo un lugar de contemplación y encuentro, lo que no excluye el esfuerzo
físico, en ocasiones extremo. Si por el contrario, lo que busco es divertirme,
entrenarme, mantenerme en forma y demás, será un parque de atracciones o un
estadio.
Y no
es que esto último en principio esté mal, ni mucho menos, pero tiene su precio.
Al entrar en la naturaleza con intenciones ajenas a ella misma, nos
encontraremos con una naturaleza diferente a la que encontraremos cuando
nuestra intención sea sumergirnos en ella con el objetivo de ser, durante un
tiempo, parte de ella. En el primer caso podíamos decir que “se defiende” de
nosotros, se nos oculta; en el segundo, nos acoge, se nos ofrece.
Lo que ocurre también es que, al ser cada vez más masiva esta forma actual de acercarse a la naturaleza, mueve más y más dinero, y erosiona además la conciencia individual con el argumento de que lo hacen todos y somos muchos. Por eso, aunque el impacto sobre ella es a menudo devastador, la gran mayoría no tiene conciencia del daño que está haciendo, y además las autoridades no se atreven a ponerle el cascabel a un gato que ya no es un gato, es un tigre con un hambre insaciable.
Y eso
sí es malo. Malo y mucho más grave que no ver animales cuando sales al monte.
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