Ayer
por la mañana corté en la terraza una hermosa rosa blanca, la primera rosa
blanca de la temporada. A su belleza se le unía un intenso aroma. Era un
símbolo de la primavera, de la vida, de la pureza. Todo un regalo del mes de mayo.
Un regalo
que me ha llevado muchos años atrás, a los tiempos de la señora Pilar y del
señor Esteban, que fueron durante muchos años conserjes del colegio.
Fallecieron los dos en accidente de tráfico, en unas vacaciones de Navidad, en
su pueblo. Seguro que algunos de los que lean estas líneas los recuerdan.
¿Y qué
tiene que ver una rosa blanca con aquella pareja entrañable? Lo contaré. Algún
tiempo después de su fallecimiento, los alumnos de cerámica con don Pepe a la
cabeza -¡qué tiempos aquellos, amigo Pepe!- hicieron unos azulejos con un texto
de Platero y yo, y los pusimos con una inscripción en recuerdo de ellos, en un
lugar del patio.
Las
sucesivas reformas se lo llevaron por delante, pero al menos para mí, desde
entonces, las rosas blancas me recuerdan aquel texto, unido para siempre en mi
memoria a la señora Pilar y el señor Esteban.
Aquí tenéis el texto, tan clarito, que no necesita comentario. Sólo pide una lectura pausada, o dos, o tres, o las que hagan falta para saborearlo bien y disfrutarlo. Es el capítulo 83 y se titula, El canario se muere.
Mira,
Platero; el canario de los niños ha amanecido hoy muerto en su jaula de plata.
Es verdad que el pobre estaba ya muy viejo... El invierno último, tú te
acuerdas bien, lo pasó silencioso, con la cabeza escondida en el plumón. Y al
entrar esta primavera, cuando el sol hacía jardín la estancia abierta y abrían
las mejores rosas del patio, él quiso también engalanar la vida nueva, y cantó;
pero su voz era quebradiza y asmática, como la voz de una flauta cascada.
El
mayor de los niños, que lo cuidaba, viéndolo yerto en el fondo de la jaula, se
ha apresurado, lloroso, a decir:
—¡Puej
no l'a faltado ná; ni comida, ni agua!
No. No
le ha faltado nada, Platero. Se ha muerto porque sí, diría Campoamor, otro
canario viejo...
Platero,
¿habrá un paraíso de los pájaros? ¿Habrá un vergel verde sobre el cielo azul,
todo en flor de rosales áureos, con almas de pájaros blancos, rosas, celestes,
amarillos?
Oye; a
la noche, los niños, tú y yo bajaremos el pájaro muerto al jardín. La luna está
ahora llena, y a su pálida plata, el pobre cantor, en la mano cándida de
Blanca, parecerá el pétalo mustio de un lirio amarillento. Y lo enterraremos en
la tierra del rosal grande.
A la primavera, Platero, hemos de ver al pájaro salir del corazón de una rosa blanca. El aire fragante se pondrá canoro, y habrá por el sol de abril un errar encantado de alas invisibles y un reguero secreto de trinos claros de oro puro.
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