Contempla en paz el navegante
la estela que a popa se pierde,
mientras el velero
avanza, sereno, hacia el poniente.
Muchas singladuras
se engarzan ya en la travesía.
Innumerables puertos
yacen en el recuerdo del marino.
Puertos amables, puertos hostiles.
Y en todos ellos,
palabras que debería haber dicho
y no dijo.
O palabras que no debería haber dicho
y fueron dichas.
Y todo aquello que debería haber sido hecho
y no hizo,
o todo lo que hizo
que nunca debería haber sido hecho.
Y aunque también hubo días,
muchos y bellos,
de vino, música y rosas,
de amigos y de fiesta,
de trabajo y de alegría,
de gratitud,
los recuerdos del marino pesan.
Y sabe bien por ellos que
ese profundo océano encrespado
lo habría hecho suyo,
lo habría a la postre engullido
en su seno oscuro.
Lo sabe.
Pero un buen día de otoño
se enroló en aquel velero
luminoso y blanco
que esperó paciente su llegada,
amarrado a puerto,
proa siempre a mar abierto.
Y zarparon juntos
hace ya largos años,
pintando de azul
un océano azabache.
J.Q.S.
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