Hace
mucho tiempo que la educación en este país es una especie de circo absurdo, no
hay quien lo entienda; ridículo, muchas veces da risa; y al fin patético,
porque sobre todo, más que risa da pena, da muchísima pena.
Yo he visto desmoronarse un edificio
que con sus defectos funcionaba. Que era mejorable, sí, pero no amenazaba
ruina. Lo dinamitaron pedagogos imbéciles (según 1ª acepción del diccionario de la RAE), que no sabían lo que era un aula,
junto a políticos miopes, cargados de prejuicios y ansiosos de revancha.
Entramos así en la era de lo políticamente correcto, en el triunfo de la
estética sobre la ética. En el reino de “es una idiotez, no es verdad pero... ¡y
lo mono que queda!”.
Y ahora claro, resulta que esto es
la debacle, que estamos a la cola de Europa, que es urgente hacer algo, y ¡huy,
qué miedo! se ponen manos a la obra.
Ocurrencia tras ocurrencia, se les
ocurre eso de las evaluaciones diagnósticas que, en sabia combinación con las
evanescentes competencias básicas, pretenden detectar los centros que lo hacen
mal y hacerles elaborar sesudos planes de mejora para que lo hagan mejor. ¡Ya!
Pero es que resulta que, siendo muy buena
la idea de establecer controles en el sistema educativo externos a los centros,
la aplicación de esta idea ha devenido en absurda e inútil. Absurda e inútil
por varios motivos. Expongo algunos.
Primero. En lengua española, por
ejemplo, la evaluación diagnóstica en un 2º de secundaria, consiste
en una prueba estrictamente de comprensión y expresión verbal. Nada de
literatura, nada de gramática, nada de teoría de la lengua. Y yo me digo, si
esto es lo que han de saber hacer mis alumnos, no dedicaré la clase a otra cosa
que no sea leer, comprender lo que leen y escribir más o menos correctamente; no será que no hay textos bonitos en castellano. Todo lo
demás parece que sobra. Se supone que entenderán perfectamente lo que leen, y escribirán
aceptablemente bien, pero nada más, no sabrán nada más. ¿Será esto la
competencia lingüística?
Porque en este momento, y esto lo expongo en segundo lugar, los
“profes” de a pie tenemos, por una parte el currículum oficial, por otra los
libros de texto y por otra las competencias básicas que es lo que se supone que
miden las pruebas diagnósticas. Concepto éste, el de competencia, tan
interesante y cierto, como evanescente y estéril en la práctica, ya que no se
han creado las estructuras administrativas y organizativas que lo sustenten, y
cuyo único fruto por lo tanto, será, lo veo venir, un paso atrás más en el
nivel educativo de nuestros alumnos, que cada vez sabrán menos, infinitamente
menos. Aunque sean “muy competentes, básicamente”.
Tercero. Las susodichas pruebas las
aplicamos y corregimos, según un diseño experimental, en muchos casos, en los centros. No tengo por qué dudar de la
profesionalidad de los docentes, pero creo que por mucho diseño experimental que utilicen para validar datos, ¿qué queréis que os diga? No acabo de
salir del huevo. Y si las pruebas no salen bien es trabajo, y un trabajo en el
que casi nadie cree, pues aunque parecemos tontos, en realidad no lo somos. Es
la nuestra, la actitud resignada de quien está harto de que le den por arriba y
por abajo, por la derecha y por la izquierda. Pero no somos tontos. Nos
enteramos.
Cuarto. Y también sé que al final,
toda esta historia de las evaluaciones diagnósticas acabará en datos
estadísticos que utilizarán los de siempre para demostrar vete tú a saber qué,
manipulando lo que haya que manipular. La estadística es muy sufrida y
engañosa. Muy manipulable. Exige una honestidad por parte de quien la utiliza que, ¡qué queréis que os diga!
En resumen. Yo defino el momento
educativo de caótico, sin paliativos. Por un lado, el currículum oficial, por
otro los libros de texto, por otro las competencias básicas, por otro el
programa Ítaca, por otro las necesidades
reales de los alumnos, por otro los “papis” no siempre colaboradores… y el
“profe” en medio, mirando atónito, y preguntándose, “y ahora, qué hago”. La pruebas diagnósticas, que nadie sabe qué miden en realidad, ni para qué sirve lo que miden, nos indicarán el camino...; ¡ya!
¡Ay Señor, Señor! De verdad, veo el
futuro negro, muy negro. ¡Pobres chiquillos!
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