1.-CONOCER:
1.1 ¿Qué es realmente un
niño?
2.-PREVENIR:
2.1 Desde la cuna.
3.-INTERVENIR:
3.1 Acuerdo total papá-mamá.
3.2 Control de la familia
extensa.
3.3 Control de otros agentes
educativos.
3.4 Coherencia en nosotros.
Hacer lo que decimos.
3.5 Normas claras y
concretas. Las precisas.
3.6 Hablar poco. “No comerle
el coco”.
3.7 Ignorar conductas no
deseadas. Reforzar las deseadas.
3.8 No mostrar que controla
nuestro estado de ánimo.
3.9 No exigirle lo que no
somos capaces de hacer nosotros.
3.10 Valorar si vale la pena
“entrar en combate”.
Uno de los errores más frecuentes en el que caemos
los educadores, es exigir al niño un comportamiento que nosotros no seríamos
capaces de tener ni de lejos. Esperamos de ellos lo que, siendo honrados, no
esperamos de nosotros mismos.
Y esto, normalmente lo hacemos porque no nos paramos
a pensarlo. Estamos en nuestro papel, y no nos planteamos ponernos en el suyo.
Nos falla la empatía.
Y si lo hiciéramos con más frecuencia, diríamos menos
tonterías y nuestra acción sería más educativa y eficaz. Y honesta.
Voy a poner un ejemplo. Vas por la carretera (imagina
cuando pasas por delante de Masía de Traver) y pone máxima 60. Puedes hacer dos
cosas. Una, saltarte la señal y seguir a 90. Ya no tienes autoridad moral para
exigirle al niño que no se salte las normas, pero éste es un camino por el que
no vamos a seguir en este artículo (Ver art. 3.4). Dos, poner el coche a 60.
Bien, vale. Pero esto ¿lo haces por sentido de la responsabilidad, como buen
ciudadano, o porque tienes miedo a la multa? La respuesta mayoritaria estará
clara, ¿no?
Y ahora viene la conclusión. Si nosotros, adultos
responsables (se supone), para cumplir las normas, incluso en algo en lo que nos puede ir
la vida, necesitamos del miedo a la multa (miedo al castigo), ¿cómo esperamos de los niños que cumplan normas (hacer
deberes, lavarse los dientes, arreglar la habitación…), normas en las que no les
va ni la vida, ni nada de nada, por pura responsabilidad y amor al buen hacer?
Desde esta sencilla perspectiva creo que podemos calificar
nuestro comportamiento de incongruente e incluso cínico. Pretendemos, con
palabritas y “concienciación” que hagan lo que ni quieren, ni les apetece, ni
les interesa, cuando nosotros, si no hubiera multas, si no hubiera inspectores,
si no hubiera… y entonces nos volvemos locos, nos desesperamos.
Pero, ¡ojo!; antes incongruencias y cinismo que pensar
palabras políticamente incorrectas, y mucho menos decirlas ¿no? porque la
palabra miedo lo es, y mucho.
Pero hay que decirlo, y bien alto. El miedo es
natural y necesario. Es el mecanismo primario que nos advierte que “por ahí” es
peligroso ir. Y en educación tenemos que administrarlo, no eliminarlo, con
sabiduría y prudencia, sin perder nunca de vista la dignidad y la libertad de
los demás y la nuestra propia, que en esta lid deben prevalecer.
Por supuesto que yo desearía una sociedad en la que el
miedo no fuera necesario. ¡Pues claro! Muchas veces cuando, en clase, mis
alumnos hablan demasiado les digo: “a ver, chavales, no quiero que calléis
ahora por miedo a que os deje sin recreo u os ponga faena doble. Quiero que
calléis porque es importante esto que os voy a explicar y, si os despistáis,
luego tendréis problemas”, por ejemplo. Y ellos, entonces, callan, callan un
poquito, porque lo entienden, y también ellos quisieran que el mundo fuera así.
Pero no, tarde o pronto hay que recordar que existen otros “procedimientos”
menos agradables para conseguir que la clase, todos los días, vaya bien… han de
tener miedo a esos “procedimientos”.
¿Cómo les voy a exigir que cumplan la norma de callar
y atender en clase, por sentido de la responsabilidad y amor al saber, cuando
muchos de sus padres, y a veces yo mismo, necesitamos del miedo a la multa para
no ir a 150 por la autopista? Les exigimos a ellos, lo que no somos capaces de
hacer nosotros.
El miedo es necesario para educar y para vivir. Hay
que aceptarlo. Hay que asumirlo. No es bonito. No suena bien. Es triste. Pero
es cierto. Es este un planteamiento ético, no estético, por eso no está de moda. Pensadlo, pensadlo sin prejuicios.
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