Me gusta la música, y me gusta mucho, pero no he sido
en absoluto agraciado con un “talento” musical; quien me conoce lo sabe. Quizá
por eso me resulta impresionante y me produce gran admiración cuando veo y
escucho a una orquesta o a una banda.
Me parece prodigioso el hecho de que de la unión de
individualidades diversas surja algo absolutamente armónico y además hermoso. Y
me parece increíble que existan personas que puedan conocer y entender toda esa
diversidad y sean capaces de con ella crear un todo.
Cuando ayer, en el concierto de Santa Cecilia, te
veía, batuta en mano, dirigir a la banda de tu pueblo, a tu banda, envuelto por
la música que nos regalabais, se me agolpaban recuerdos, emociones,
pensamientos…
Recordaba a aquel grupo de chiquillos y chiquillas de
6º de EGB que, hace ya más de 30 años, me fueron enseñando a ser maestro, y a
ti Pascual, entre ellos.
Sentía esa satisfacción serena, y muy importante
cuando uno ya se va haciendo mayor de verdad, que produce el saber que muchos
de aquellos lejanos alumnos son ahora próximos amigos; o amigos lejanos, pero
no por el tiempo, sino por el espacio o las circunstancias, a veces tristes…
Y pensaba cómo la vida, cada una de nuestras vidas,
se parece mucho a un concierto del que somos el director. Cómo, al igual que tú
con tu banda, hemos de intentar sacar de la diversidad, a veces atroz, una unidad
que tenga sentido, y que sea bella, si es posible.
Cuando aquel chiquillo de hace 30 años, hoy compañero
y amigo, se daba, ayer sábado, a la música, creándola y a la vez dejándose
arrastrar por ella, veía a un director al frente de su banda, entregándose en
cuerpo y alma a la hermosa tarea de regalarnos un bonito concierto de Santa
Cecilia, y veía también a un hombre, entregándose más allá de su cuerpo y de su
alma, a la también hermosa e inmensa tarea de hacer de su vida otro magnífico
concierto.
¡Enhorabuena y gracias, a la banda y a ti!
No hay comentarios:
Publicar un comentario