Como estaba previsto fue el del Pilar un
fin de semana pasado por agua allá en el Pirineo. Agua por todas partes.
Agua, agua… No he podido menos que lamentar que unos tanto y otros tan poco,
pensando en otra tierra muy querida en la que con la mitad de la mitad nos
conformaríamos.
El día que más llovió, el viernes,
recorrimos en coche algunos valles del bravo Pirineo central. El río Cinca
bajaba impresionante, casi desbordado, arrastrando troncos y rocas con un
sonido sordo y recio por el valle de Pineta, que era una locura de cascadas
saltando por las paredes en caídas vertiginosas. Locura que llegaba al paroxismo
en el circo, surcado por más de doce torrentes que, uniéndose y separándose entre
sí, creaban un extraño bordado apenas entrevisto entre la niebla. En Broto, la
cascada del Sorrosal asombraba con su doble salto y su rugido continuo, vertiendo sus aguas al Ara que cruzaba el pueblo colmando su cauce.
Y enmarcando el agua y su música antigua
y profunda, los bosques de colores, las nieblas entre los cañones, las paredes
y las laderas de las montañas, ocultándolas a veces, mostrándolas otras. Y una
lluvia continua, a ratos suave, a ratos fuerte, una bendita lluvia que no nos
dejó hasta la caída del sol.
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Colores otoñales en los bosques del valle de Broto. |
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Las Sestrales, sobre el valle de Añisclo, entre nieblas |
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Una de las muchas cascadas del Valle de Pineta. |
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Detalle de la cascada que cae cerca del camping del valle. |
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El río Cinca poco después de su nacimiento. |
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Más cascadas en las paredes del valle de Pineta. |
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El circo de Pineta, surcado de cascadas, apenas entrevisto entre la lluvia y la niebla. |
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El río Sorrosal en Broto. |
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Cascada del Sorrosal, en Broto. |
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La cascada del Sorrosal completa. |
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Detalle de la cascada del Sorrosal.
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