Me hace sentir vergüenza ajena cuando veo
a muchos ídolos, normalmente del deporte, vender su imagen a empresas privadas
para que con ella anuncien sus productos. Perfumes, seguros, coches o ropa
interior, suelen ser los más frecuentes.
Me imagino que cualquiera de estos
señores tendrá ya mucho más dinero del que se puedan gastar en cien vidas
viviendo a todo tren. ¿Para qué quieren más? Porque lo que es evidente es que
su objetivo al prestarse al juego de la publicidad es ganar más dinero, más y
más dinero.
Y ahí viene mi vergüenza. Veo falta de
elegancia, falta de respeto a uno mismo, avaricia sin límites. Y entonces se me
caen del pedestal, si es que en algún momento estuvieron en él.
Verles anunciar un perfume que no les
gusta o les es indiferente, una compañía de seguros en la que nada tienen
asegurado, un coche que les da igual ¡ya tienen tantos! o un calzoncillo que no
han llevado más que en el anuncio, me parece muy ridículo.
Como ridículo me parece también ponerme
el perfume porque lo anuncia fulano, asegurar mi casa con determinada compañía
porque lo dice mengano, comprarme el coche, si puedo, que se supone que conduce
sotano y ponerme los calzoncillos de marca kulitomonín,
porque quien lo anuncia lo tiene
monín, con la vana
esperanza de que mi culito se asemeje al suyo, sin caer en la cuenta de que el
hecho de que mi culín sea atractivo o no, no depende precisamente de dicha
prenda.
Pero claro, así es el mundo. Así somos
las personas. Así funciona el sistema. El mundo empresarial y en particular las
empresas de publicidad conocen todos estos mecanismos psicológicos muy bien y
explotan todo este conocimiento en su propio beneficio. Es lo que hay.
Pero las personas, en este triste “es lo
que hay”, tenemos un margen más o menos grande en el que podemos movernos con
un mínimo de dignidad pese a pagar el tributo de tontería y estupidez que el
sistema puntualmente nos exige. Y que pagamos, ¡cómo no! yo el primero.
Otra cosa bien distinta sería que el
tenista Ranuncio Nadilio, los “futbolistos” (por eso de hablar castellano
“progre”) Musulmano Rabuldo o Goliat Cekham, o el piloto Frialdo Alfolfo
prestaran, que no vendieran, graciosamente, su imagen para campañas a favor del
deporte, para proteger los bosques, o contra la droga, contra la violencia, o a
asociaciones como Médicos sin fronteras o Cáritas, con perdón por si esto
último huele a sacristía y ¡claro! mosquea a alguien.
En fin, es lo que hay. Triste frase,
¿verdad?, pero es lo que hay. Y es lo que pienso, con todos los respetos.
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