Mari Rufus. |
El hombre caminaba despacio bajo el sol
de una mañana tibia de otoño, volviéndose de vez en cuando a esperar a…su gato.
Sí, yo esperaba ver un perro pero no, era un gato, un hermoso gato negro que le
seguía sosegada y elegantemente. El hombre se adelantaba y le esperaba; el
minino llegaba hasta él, rozaba apenas sus pantalones y esperaba que su amo
siguiera caminando, hasta que volvían a juntarse. Sin correas, sin cadenas.
Hombre y gato a la luz de la mañana.
La escena me resultó deliciosa. Y no
pude menos que acordarme de Mari Rufus, nuestra gatita, “asesinada” por un
veterinario, como las otras dos Mari Rufus que tuvimos antes que ella,
“asesinadas” también por veterinarios.
Estas tres Mari Rufus, al igual que el
Platero de Juan Ramón Jiménez, que fueron también varios, han acabado siendo en
realidad una sola, como lo es Platero.
Muchos son los recuerdos gratos que de
Mari Rufus conservamos y muy valioso el regalo inestimable que me hizo sin ella
saberlo. Y de este regalo quiero hablar ahora.
Yo no aguantaba a los gatos. Les tenía
manía, mucha manía. Un buen día, apareció casualmente la primera Mari Rufus en
mi vida, Rufus al principio, hasta que nos dimos cuenta que era gata y le
añadimos el Mari. Y así se fueron disolviendo el montón de prejuicios que sustentaban
esta manía. Sí, se disolvieron como el hielo al sol. Y durante todos los años
que gocé y luego gozamos de Mari Rufus, me fui dando cuenta de cuán estúpido
había sido dejando crecer en mí ese desprecio hacia estos bichitos, basándome tan
sólo en lo que otros me decían, en lo que yo creía saber de ellos.
Luego, cuando los conocí de verdad,
resultó que bien poco sabía de gatos y me di cuenta también del poco interés
que había tenido siempre por acercarme a
esos animalitos tan vulgares, tan insignificantes, hoy, tan inútiles…
Cuando ya no había nada que hacer, y
llevamos a Mari Rufus al veterinario, a otro veterinario, para que la durmiera
para siempre, junto a la pena que teníamos (quien haya tenido mascotas a las
que haya querido, bien lo sabrá) sentí también una intensa gratitud que agigantaba la
pena. Me había hecho un gran regalo.
Ese animalito tan vulgar, tan
insignificante, tan inútil, me había enseñado de un modo rotundo que sólo se
valora, sólo se ama lo que se conoce. Y que para valorar algo o a alguien, para
conocer algo o a alguien, hay que tener el valor de romper prejuicios, vencer la
pereza que nos da salir del cómodo hábitat que todos nos construimos y donde
habitamos confortablemente y correr el riesgo de la intemperie, de lo diferente,
de lo desconocido. Y abrir entonces los ojos, mirar y ver lo que estaba ahí y
no veía. Éste fue el gran regalo de Mari Rufus.
Y eso intento en mi vida, conocer para
amar, aunque demasiadas veces no lo consigo. Mari Rufus me lo enseñó. ¡Cuántas
veces pensé lo equivocado que estaba cuando nos esperaba feliz a la puerta de
casa, nos calentaba los pies en la cama las noches de invierno, se ponía sobre
la tele moviendo el rabo sobre la pantalla para que le hiciéramos caso, cuando
se escondía tras una puerta para saltar sobre mis pies y salir corriendo y que
así jugara a perseguirla…!
Ni vulgar, ni insignificante, ni
inútil. Está para siempre en nuestras vidas. Por eso, ahora, me gustan los
gatos, los veo, están ahí. Cuando los despreciaba no tenía ojos para ellos.
Por eso los vi y me encantó verlos,
este sábado, en Losa del Obispo. Hombre y gato, a la luz de la mañana. Y el
haber sabido verlos y poder ahora contároslo, se lo debo a Mari Rufus.
NOTA:
Para nada son estas letras un ataque a
los veterinarios. He tenido también perro y puedo decir que también he conocido
excelentes profesionales. Pero lo que es un hecho innegable es que con ninguna
de las tres gatitas “tuvimos suerte” con ellos.
Recuerdo una anecdota graciosa con la "Myrufus" de 1995-1996. Era una gata encantadora con todo el mundo. con todo el mundo ,si, (excepto conmigo).La primera vez que nos vimos en vuestra casa me mordio (y mira que yo creia que los gatos no mordian) y a partir de ahi desarrollo una "tirria" hacia mi que nunca supero. Aun asi recuerdo sus discretos paseos por la casa. Y que conste, a pesar de nuestras diferencias, era una gata encantadora.
ResponderEliminar