Hemos de dejarles que vean la luz en el camino. |
En la puerta de la iglesia de Broto, en
el Pirineo central, estaba el horario de misas en el valle para el fin de
semana del Pilar.
Fuimos el sábado a las 7´30 de la tarde,
hora en la que se supone que se celebraba la eucaristía, pero no hubo tal
eucaristía. Una señora, de modo muy digno, rezó el rosario y después dio la
comunión. Se notaba que no era la primera vez que lo hacía. La iglesia estaba
casi llena.
No había cura la víspera del Pilar, en
Aragón, para celebrar la eucaristía, cuando además había mucha gente en el valle, pues
era puente para muchos valencianos y para los aragoneses.
Y pensé. Pensé en la escasez de
vocaciones, honda preocupación en la
Iglesia actual. Y pensando, pensando, me preocupó la
respuesta que veo que muchas veces se da a esta situación. Una respuesta que, a
la vista está, está siendo, cuanto menos, poco eficaz.
Veo que se tiende a pensar que el
problema es que la sociedad está cada vez más perdida, hay menos valores, menos
compromiso, las familias trasmiten cada vez menos la fe… y claro, como
consecuencia hay menos vocaciones. Y sí, algo hay de cierto en esto, pero sólo algo.
Está escrito. Vemos la paja en ojo ajeno
y no vemos la viga en el nuestro.
Yo creo que en vez de buscar las causas
del problema fuera habría que buscarlas dentro. Me explico. ¿Por qué no tiene
gancho entre los jóvenes el “meterse cura”? ¿Porque los jóvenes son cada vez
más superficiales, menos comprometidos, más “malotes”?, ¿o porque lo que ven de la Iglesia resulta demasiadas
veces y en muchos casos siempre, poco atrayente, demasiado incoherente, "profesionalizado", aburrido, ajeno a sus vidas…?
Pienso que los tiros van por ahí. No por
el tema del celibato y el del sacerdocio de la mujer, que habría que afrontar
con valentía y sin complejos, pero que no resolvería realmente el problema de las
vocaciones.
La cuestión creo que está en que el
vigor, la belleza, la alegría del mensaje de Jesús queda oculto por el peso de
costumbres, tradiciones, hábitos, normas y sobre todo por una pátina de miedo revestido
de prudencia que ahuyenta a quien busca la vida, la libertad, el cambio personal
y social profundo anunciado en las Bienaventuranzas y sancionado con la Resurrección.
Ahí está el problema, creo yo. Porque
estoy convencido de que si en vez de trasmitir un mensaje velado, gris, a
menudo triste, rutinario, se dejara soplar libre al viento del Espíritu,
brotarían las vocaciones como flores en la hierba en primavera. Porque sé de
muchos jóvenes que buscan, que quieren ir más allá, que se plantearían su vida
como servicio a los hombres en nombre de Jesús si la Iglesia de Jesús les
dejara verlo, aunque fuera un poquito. Y a Dios gracias, por este camino veo
que va el Papa Francisco.
Animo pues a todas aquellas personas que
pelean y se entregan por esta causa a la gente joven, a veces hasta el
agotamiento. También conozco algunos. Para ellos, mi solidaridad y mi más
profunda admiración.
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