Acababa de jurar bandera y veía pasar desde mi casa los carros de
combate por el puente de Ademuz hacia el centro de la ciudad. Unos días después
me incorporé al cuartel donde iba a estar un año de mi vida, El Goloso, en
Madrid.
Recuerdo que cuando entré con unos cuantos compañeros,
cargado con mi petate, mi preocupación y mi miedo a demasiadas cosas, salió a recibirnos un chaval que tras presentarse nos dijo algo así como “tranquilos muchachos, aquí nadie se
va a meter con vosotros”.
Y así fue. Puedo decir que nadie, absolutamente
nadie, me faltó el respeto en modo alguno a lo largo de los doce meses largos
que allí estuve. Quizá fue porque aquel momento de la historia se vivía de un
modo especialmente intenso y tenso en el ejército y no estaba el horno para
bollos. Quizá porque por algún motivo, allí había una acumulación extraña de buenas personas. Quizá porque
los mandos actuaban de modo responsable y comprometido con su gente. No sé,
pero así fue.
Cuando me faltaban un par de meses para licenciarme y
yo ya era un veterano, un buen día un compañero cogió a uno de los recién
llegados en el último reemplazo, le puso un cubo en la cabeza, le dio un mocho
y le dijo que “patrullara” entre las literas gritando soy un puto pollo.
El chaval, asumiendo que estas cosas pasan en “la
mili”, obedeció. Nunca había pasado eso en mi batería (estaba en artillería), y
lo teníamos a gala. Entonces, un compañero con el que yo estaba hablando en ese
momento, que para más datos era cabo, reaccionó quitándole el cubo y el mocho
al “novato” y encarándose al “chuloputas” a quien le dijo: “como vuelvas a hacer esto
delante de mí te corro a hostias por todo el cuartel, ¿te enteras?”
Creo que con este relato dejo bien claro mi opinión
sobre las novatadas se hagan donde se hagan. En el ejército, en la universidad,
en los colegios mayores, donde sea, me da igual.
Pienso que es una conducta impresentable, propia de
cretinos, necios y gilipollas y que si está muy arraigada es porque el
cretinismo, la necedad y la gilipollez están también muy arraigados como
mecanismos sociales para perpetuar el abuso secular del fuerte sobre el débil, una
de cuyas manifestaciones es esa forma de diversión torpe y estúpida que genera
el sufrimiento de los que al no pasar por el aro pagan las consecuencias y de los que acaban siendo forzados a pasar por él, sufrimiento con el
que determinados individuos de nuestro entorno compensan sus frustraciones y
sus vidas vacías.
Por eso me parece muy bien que se legisle al
respecto. Eso de las novatadas no es esa la forma de acoger a nadie, de
introducir a nadie en ningún sitio. Es una forma antigua, cierto, de hondas
raíces y tristes y vergonzosos frutos. Es algo a superar.
Concienciación desde las familias y los colegios y
legislación clara y contundente rigurosamente aplicada.
Y no debería ser tan difícil porque en el fondo no es
cuestión más que de tener claro algo muy elemental: el respeto a la dignidad de
todos los seres humanos, aunque sean diferentes, aunque sean más débiles,
aunque sean …novatos.
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