El 14 de julio de 1865, a la una cuarenta de
la tarde, el inglés Edward Whymper, acompañado del guía Michel Croz y cinco
personas más, alcanzaron el Cervino, de 4478 metros, una de las
montañas más bellas de la tierra.
Este año comienzan las celebraciones que culminarán
el verano que viene, el día en que se cumpla el 150 aniversario de la
conquista.
Yo no la he subido, ¡ojalá! pero sí he ido a verla
varias veces, he acampado a sus pies durante días y he ascendido a algunas de
las cumbres que la rodean, sin saciarme nunca de contemplarla. Realmente es
abrumadoramente hermosa vista desde el pueblo Zermatt, o desde el humilde Hirli
de 2889 metros,
o desde los 4164 del Breithorn.
La he visto envuelta en la tormenta, iluminada por el
sol de la mañana y de la tarde, recortada contra un cielo azul intenso o
iluminada por la luna, elevar su masa altiva y elegante hacia las estrellas.
En uno de los viajes que hicimos por los Alpes,
visitamos Isabel, unos buenos amigos y yo, el museo que en Zermatt tiene la
montaña. Dos amabilísimos abueletes, cuidadores de todo lo allí atesorado, nos
enseñaron el recoleto museo, y en inglés-italiano-francés nos contaron lo
acontecido en su montaña. Nosotros ya lo conocíamos, pero escuchado allí, a su
sombra, y rodeados de fotos y objetos de aquella epopeya, la historia tuvo un
sabor inolvidable.
Os la voy a contar.
Durante varios años la intentaron conquistar
dieciséis veces por la vertiente italiana. Todas estas tentativas estuvieron
metódicamente planificadas pero todas acabaron en fracaso.
Dos eran los pretendientes, el inglés Edward Whymper
y el italiano Jean Antoine Carrel. Juntos la habían intentado varias veces,
pero aquel 14 de julio, por los juegos del azar, el inglés la intentó por la
vertiente suiza por primera vez y el italiano por la de su valle una vez más. Y
ese día, ambos hubieran llegado, porque cuando los de Whymper gritan eufóricos
desde la cima, Carrel está a menos de 200 metros de ella.
Abatido porque se le han adelantado, regresa al valle. Tres días después
volverá y hará cumbre por la vertiente italiana, la suya, considerablemente más
difícil que la suiza.
Carrel volverá 53 veces a su montaña y morirá a los
pies de ella, tras salvar a su cordada. Whymper tres, una de ellas con Carrel,
sellando así la reconciliación entre ellos, en la montaña que tanto amaron.
Pero el Cervino se cobró un alto precio por su
conquista. En el descenso iban todos encordados juntos, ¡siete! En un paso, muy
altos todavía, el segundo resbaló, cayo sobre el guía Croz y ambos se
precipitaron al abismo. Los dos siguientes fueron arrancados de sus presas y
lanzados al vacío partiéndose la cuerda que los unía a Whymper y a los dos
restantes que, sobrecogidos, vieron perderse en el inmenso vacío de la cara
norte a sus compañeros. Una caída de más de mil metros. La vuelta al valle de
los tres supervivientes, llevando consigo tan gran y terrible noticia, debió
ser una experiencia violentamente contradictoria. El Cervino ya no era virgen,
pero a qué precio.
Sí, realmente la historia de la conquista del Cervino
tiene el sabor de una epopeya mítica. Dos hombres, una montaña, rivalidad y
encuentro, gloria y tragedia. Es toda una experiencia ver cara a cara al
Matterhorn, así se llama en alemán, y contar estas historias, frente a sus
paredes altísimas atravesadas frecuentemente por avalanchas, sus aristas
afiladas, su cumbre, a menudo envuelta en nubes…
Hablaremos más del Cervino. Por hoy basta. Pero si
habéis llegado a leer hasta aquí, no os perdáis las fotos que he sacado de
Internet, no son mías. Mis fotos del Cervino son diapositivas que aún no hemos
digitalizado. En ello estamos. Cuando las tenga ya las compartiré. Bien lo
merecen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario