Me decía el papá, o quizá me decía la mamá, es igual, hay de todo, "es que él no tiene la culpa, es
que a él le da vergüenza que los demás lo sepan, y sufre, y llora…y yo no puedo
hacer nada".
Es así. Demasiadas veces es así.
Demasiadas veces los niños sufren las decisiones de los adultos, y no las
entienden, y quisieran entenderlas, y sienten vergüenza, no por ellos mismos,
sino por lo que papá o mamá han hecho, o por lo que no han hecho y deberían
haber hecho. Y quisieran que fuese un secreto…Como en un cuento, pero no es un
cuento, no es un secreto.
Y es que los niños muchas veces se
avergüenzan de lo que hacemos los adultos con nuestra vida, sobre todo porque no
lo entienden y les afecta, y el no entender algo que afecta de algún modo a tu día a día por
mucho que te devanes los sesos, es una de las más devastadoras experiencias que
puede sufrir una persona tenga la edad que tenga. Lo sé por experiencia y no
precisamente en el ámbito familiar, en mi caso.
Pero un adulto puede sobreponerse, por
eso es adulto. ¿Y un niño? ¿Puede sobreponerse un niño a las demoledoras
consecuencias de no poder entender por qué su vida es como es a causa de cómo
viven la suya los adultos que lo rodean, particularmente sus padres? ¿Puede
hacerlo?
Muchos niños pagan con su propia vida
limpia, nueva, joven, las incoherencias, las frustraciones, la superficialidad, el
egoísmo, las miserias inconfesables de sus padres, y esa limpieza, esa vida
nueva, esa hermosa juventud se marchita demasiado pronto. Ése es el precio que
pagan. El tener que sufrir la terrible injusticia a la que Dámaso Alonso se
dirige, en un durísimo poema, con las siguientes palabras:
Tú empañas con tu mano
de húmeda noche los cristales tibios
donde al azul se asoma la niñez
transparente, cuando apenas
era tierna la dicha, se estrenaba la
luz,
y pones en la nítida mirada
la primer llama verde
de los turbios pantanos.
Busquemos las justificaciones que
queramos. Las encontraremos. Para tranquilizar la conciencia, quien la tenga,
todo vale, como en el amor y en la guerra, dicen. Las personas, cuando nos
interesa, somos capaces de justificar las más abyectas conductas, las más
absurdas decisiones, los más peregrinos pensamientos.
Pero hay un criterio que nos puede servir
de guía cuando hay niños en juego. Ellos no han pedido existir y tienen
derecho, ya que existen no por su voluntad, a vivir en un entorno que les
conduzca a la plenitud y a la felicidad. Y ese entorno sólo puede ser el del respeto,
el de la entrega, el de la renuncia a uno mismo por amor.
Sé que esto es una generalización, y como
toda generalización es inexacta y a menudo injusta, pero puede hacernos pensar.
No es mi intención el juzgar a nadie, pues no soy quién para hacerlo y en
cualquier caso me faltarían datos. Sí, son sólo palabras para hacernos pensar.
Palabras que son también un desahogo. Lo
reconozco, y pido de antemano disculpas por si mi desahogo hiriere a alguien. Pero
es que, después de más treinta años en esta profesión estoy tan, tan cansado de
ver sufrir a los niños por nuestra culpa, tan cansado de callar lo que de
verdad pienso porque, después de todo, para nada serviría decirlo, o incluso sería
aún peor...
Hay muchas cosas a las que me he
acostumbrado más o menos, cosas a las que nunca pensé que me acostumbraría,
pero a ver sufrir a un niño porque su papá, su mamá…A eso no he logrado
acostumbrarme. Me duele como el primer día.
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